Resulta difícil de entender que una de las principales arterias de la ciudad sufra semejante estado de abandono y desidia, en especial los jardines y el arbolado. La avenida de Blasco Ibáñez no solo constituye el acceso principal al centro de la ciudad desde el norte, lo que la convierte en una de las primeras impresiones que reciben al llegar a la ciudad cientos de miles de turistas y visitantes. También es el lugar donde se concentran centros hospitalarios de referencia, públicos y privados, la sede del Rectorado de la Universidad de Valencia y de las facultades de Medicina, Filosofía, Psicología, Filología o Geografía, la Confederación Hidrográfica de Júcar, una sede de Hacienda, el campo de fútbol de Mestalla y algunos colegios de renombre. Es, aunque no lo parezca, uno de los centros neurálgicos y sociales de la ciudad por el que acabamos pasando, y ahora sufriendo.

Empezaremos por denunciar un aspecto que nos resulta absolutamente inaceptable a estas alturas, y que viene a evidenciar el desinterés real de los dirigentes. Las personas con diversidad funcional no pueden acceder al interior del jardín, no hay rampas adaptadas, las escaleras los expulsan. Es pues, un jardín, excluyente. Cuestión difícilmente justificable, que se ve agravada con la presencia de centros hospitalarios. Caminos impracticables, bordillos levantados, escalones sueltos, falta de mantenimiento? Expulsados los vecinos por falta de cuidado, higiene y salubridad, las palomas se han apropiado de él y andan deyectando por todas partes.

Sufrimos los ciudadanos y sufren sus más dignos representantes. No quiero ni imaginar a la Rectora de la Universidad de Valencia - y por ello máxima responsable del Jardín Botánico - al acceder cada mañana a su despacho o al recibir la visita de destacados investigadores y premios Nobel mientras cruzan a toda prisa, y con no poca vergüenza, los despojos infectos de lo que fue concedido como un paseo arbolado para la ciudad con voluntad higienista e integradora.

El primitivo paseo al mar

En 1893, el ingeniero Casimiro Meseguer, atendiendo al interés de la ciudad para la creación de una nueva vía de comunicación y ensanche, presenta el proyecto «Camino-Paseo de Valencia al mar». Para respaldar económicamente el proyecto, Meseguer plantea una amplia vía central para calzada, andenes de paseo y jardines centrales, dejando el espacio para la edificación de viviendas a ambos lados de la avenida. Tras varios intentos fallidos, la urbanización del paseo de Valencia al Mar se lleva a cabo a tramos, marcados al ritmo en el que se levantan los edificios más emblemáticos. Las facultades de Ciencias y de Medicina, que dan los primeros pasos durante el periodo de 1910-14, con el paso del tiempo convertirán esta arteria, siguiendo con los símiles médicos, en el polo universitario e intelectual de la ciudad. En 1975 da comienzo la ejecución del último tramo que se prolonga hasta la estación de tren del Cabanyal.

Trascurrido un siglo, la imagen que ofrece la parte más antigua del jardín, la histórica, la situada junto a los jardines del Real, y el patrimonio arbóreo es cuanto menos vergonzosa e indignante. En el tramo histórico, la estructura de las plantaciones de árboles se corresponde con una doble alineación de plátanos de sombra a cada lado de la avenida y una alineación simple en los cruces de calles. Interiormente se dividen en parterres ornamentales delimitados por setos y una alineación perimetral del árbol de las pagodas.

Sufre el conjunto de un estado de abandono en su conservación inadmisible. Setos que no lo son al carecer del mantenimiento adecuado. O dicho de otro modo, al no estar completos no cumplen las funciones protectoras, a nivel físico, visual, sonoro ni estético. Por su parte, las frondosas, tanto de hoja caduca como perenne - plátanos de sombra, árboles de las pagodas, chopos blancos y álamos negros, olmos, falsas pimientas, grevilleas y jacarandas - presentan una estructura nada adecuada para los árboles ornamentales de gran tamaño. Plagados de heridas y pudriciones, incrementan el riesgo de sufrir daños, roturas, caídas, desgajes y desplomes. Las coníferas -pinos carrascos, pinos canarios, cedros, tuyas, cipreses- ocupan posiciones privilegiadas en el interior de los parterres.

Un sinfín de árboles jóvenes, pero ya moribundos, medran con desesperación, sin orden y sin un futuro digno que nos permita albergar esperanzas: magnolias, aligustres, firmianas, brachichiton? De los arbustos y de las flores del jardín nada que decir, lamentar su ausencia. Árboles muertos, enfermos, mal formados, deformados, desgajados, plagados de desgarros y ramas muertas. Indigna el maltrato que sufre esta vía principal de la ciudad y de los ciudadanos que concurridamente la habitan. De los dos árboles monumentales que tiene declarados la Generalitat en la avenida ya solo queda uno, una jacaranda de la que cuelga un indigno, e ilegal, letrero, como si de un convicto se tratara.

El árbol monumental ahora ausente era una palmera canaria que ha sido devorada por la plaga del picudo rojo. Lo que evidencia que, independientemente de lo que clamen los voceros del consistorio con la propaganda, su avance continúa imparable en el resto de las palmeras de la ciudad.

Hay otro árbol que destacar, uno de los más apreciados por la ciudadanía, es un bello ejemplar de carrasca situado en la confluencia con la avenida de Aragón. También está enfermo, hasta aquí lo habitual, pero lo que llama la atención es que pudiendo estar protegido como árbol monumental de interés local, no lo esté. Bueno, tampoco es nada de lo que extrañarse, no lo han hecho con ningún otro árbol tenga la historia que tenga o sea muy querido. Son cosas del ingeniero jefe, el agrónomo Joan Ribó, sus acólitos y palmeros. Triste herencia.