A lo largo de cuatro fines de semana, más de seiscientas falleras pasan un particular examen, que tan sólo superan 146. Son las preselecciones de fallera mayor y corte de honor que, en septiembre, todavía sufrirán una última criba, que dejará 26 únicas y felices supervivientes.

Es un concurso largo y pasional. Ninguno despierta tantos sentimientos encontrados a lo largo del ejercicio. A años luz del que debería ser la competición principal, el concurso de fallas. Un proceso por el que no pocas familias participantes intentan buscar, de forma sistemática, compulsiva y a veces hasta histérica, apoyos para que sus hijas o allegadas alcancen el éxito.

Peo se trata de un festejo que no tiene normas y cuyo resultado queda al albur de los jurados nombrados, sea cual sea su procedencia.

Las preselecciones se juzgan con dos tipos de jurados. Unas las designan las comisiones que conforman los sectores y puede estar formado o por los presidentes o personas delegadas. La otra opción es pedir un jurado a la Junta Central Fallera, un recurso habitualmente empleado «para no reñir».

Pero ni en uno ni en otro sistema hay tabla de excel que pueda puntuar un ser humano vestido de valenciana para decidir si puede o debe representar a la fiesta y, por extensión, a la ciudad. No se puede establecer un algoritmo que combine méritos de experiencia en la fiesta, amor y adhesión a la misma, preparación personal y académica, nivel educacional, belleza física y ese largo etcétera de teóricos méritos que hacen de una fallera la candidata perfecta. Ni una simple pauta de porcentajes. Y esa elección tan cargada de intangibles y subjetividad es lo que provoca que el resultado sólo convenza cuando es favorable.

El secretario general de la JCF, Ramón Estellés, lo reconoce. «No. No hay normas para la elección. Es imposible». Ni las hay ni las ha habido nunca. Tan sólo una premisa: «que busquen a la que puede ser la mejor fallera mayor de València». Algo que casa con la frase más repetida a lo largo de los años por los presidentes de la JCF, sean del color que sean, al jurado de la final: «elegir trece falleras mayores». Un concepto inabarcable. La única base sólida es lo poco que se pueda extraer de superficiales entrevistas, aspecto físico (nunca deja de tener un componente de concurso de belleza) y una gran dosis de intuición, suerte y capacidad de convicción.

La JCF imparte instrucciones a los jurados, pero no de fondo, sino de forma. «Se les dice que acuerden un sistema de puntuación que permita obtener las elegidas y las suplentes. También se les recuerda que son libres para hacer su trabajo. No deben admitir mediatizaciones ni costumbres que pueda haber en un sector. Y que los interventores pueden estar en las entrevistas, pero no en las deliberaciones».

Tres mujeres, dos hombres

Los jurados están formados normalmente por tres mujeres y dos hombres. «Las mujeres son dos componentes de corte de honor y una fallera con experiencia en directiva, que suele haber sido fallera mayor de su comisión. Para los hombres también se busca personas con experiencia directiva, o periodistas, artistas falleros...».

Estas personas no deben conocer a las candidatas. De hecho, se pide que renuncien si, una vez se les dice el sector al que van, tienen una incomptabilidad manifiesta. Por lo que todo depende, o debe depender, de las dos horas previas, en las que los jurados realizan unas entrevistas que tienen que ser, por naturaleza, superficiales. Apenas un esbozo con preguntas tiradas con más o menos intención para que la candidata transmita "inputs".

Los presidentes de falla serían, en teoría, los mejores jurados: son los que han convivido con las falleras durante todo el año. Con la propia y las del resto del barrio. Pero los jurados de presidentes son cada vez menos. Son elecciones que acaban dejando heridas entre vecinos.

Y ni siquiera la meticulosidad garantiza el éxito. Benicalap y Campanar, por ejemplo, tienen el sistema más sofisticado. Falleros de Benicalap juzgan a las falleras de Campanar y al revés. Mantienen con ellas reuniones, incluyendo la víspera, para verlas también de particular. En el momento de empezar el acto, los jurados se enteran de si les toca mayor o infantil. Es decir, los falleros de Benicalap contemplan y toman nota de todas las adultas y todas las infantiles, pero la mitad del trabajo será en balde. Todo ello, teóricamente, para garantizar la fiabilidad del sistema. Pero a la hora de la verdad, el resultado en la gran final suele ser descorazonador. Ambos sectores están en el furgón de cola del número de elegidas.

En el penúltimo paso, el de la Fonteta, los jurados ya disponen de más tiempo y elementos de jucio: quince días con entrevistas individuales y grupales, actividades en conjunto, charlas. Pero la decisión tampoco dependerá de una tabla de excel, sino de la misma y recurrente «impresión general». El consenso y la deliberación pone todo lo demás: alegrías y frustraciones.