El 24 de junio de 2015, Maria José Català (Torrent, 1981) dio su última rueda de prensa como portavoz del Consell de Alberto Fabra. Con un partido haciendo las maletas tras veinte años en el poder y con la batalla por la sucesión ya abierta, la pregunta de si estaba dispuesta a pelear por el liderazgo era obligada.

Català, que se esperaba la cuestión y aparecía en las quinielas como relevo de Fabra, tiró del historiador de Sueca Nicolau Primitiu para responder: «Trabajar, persistir y esperar». Tres palabras claves que han sido su guía estos cuatro años.

Su trabajo en las Corts esta legislatura como diputada responsable de temas sociales, la persistencia y sobre todo, una calculada espera la han llevado a un destino distinto al que seguramente ambicionaba, pero que puede acabar siendo definitivo para catapultarle como referente del PP valenciano.Català será finalmente quien asuma el reto de recuperar la alcaldía de València

, una plaza clave y simbólica para los populares valencianos al ser la primera institución importante que pisaron en el año 1991 y donde empezó el derrumbe del socialismo.

No lo tendrá fácil pues el voto del centro derecha está fraccionado en tres actores bien distintos, pero hay partido, como gusta decir a la presidenta del PPCV, Isabel Bonig, quien ha acabado aceptando como candidata a quien siempre ha considerado su rival.

La oportunidad de volver a la primera línea llega a Català casi fruto de una alineación de planetas que podría acabar con una situación casi inédita en política: que una misma persona eleve la vara de mando de dos ciudades distintas separadas además por apenas once kilómetros. Català, que logró ser alcaldesa de su pueblo con 26 años y con una mayoría absoluta que resquebrajó el llamado cinturón rojo, siempre ha ejercido de torrentina, aunque volar alto estaba en su ADN.

La primera oportunidad de promoción se la dio Francisco Camps, quien apostó por alcaldes y alcaldesas con proyección, caso de la propia Català o de Bonig. A ambas las nombró coordinadoras del partido, un cargo desde el que comenzaron a conocer el terreno autonómico e iniciaron el despegue de una carrera que ha discurrido por autopistas paralelas.

Licenciada en Derecho y máster en Administración y Dirección de Empresas, Català fue diputada nacional durante un año, escaño que dejó para poder dedicarse en exclusiva a su municipio. Fue Fabra quien en 2011 la nombró consellera de Educación y algo más tarde la cara de su Consell, una atalaya desde donde logró proyección y demostrar su valía en momentos difíciles para el partido.

Considerada una mujer de perfil centrista (a la que cuesta colgarle la etiqueta de la derecha), Català nunca tuvo tropa ni estructura en el partido (es mujer de equipos muy leales pero reducidos), si bien se ha movido con soltura en el sector democristiano del partido, corriente en el que se la sitúa, aunque lejos de postulados dogmáticos.

Ha contado con apoyos importantes (algunos claves como el de Esteban González Pons), pero también con muchos enemigos, aquellos que como Bonig han temido su ambición.

De reflejos rápidos en política, Català es incluso para sus contricantes políticos (la izquierda) una política solvente, con sólidos argumentos y díficil de batir en debate. Mujer discreta, tiene un talante dialogante y conciliador.

Aquel verano de 2015 estuvo en la carrera para suceder a Fabra, pero Génova, con la influencia de la exalcaldesa Rita Barberá (con quien nunca encajó) se decantó por Bonig. La actual presidenta llegó a confesar en privado que le gustaría que Català se batiera en privado por el liderazgo en primarias. Català calculó sus fuerzas y decidió, como Primitiu, trabajar, persistir y esperar. Su momento ha llegado.