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El retrato imposible de Rita Barberá

Luis Massoni acaba el encargo de plasmar a la exalcaldesa para la galería municipal La obra escapa de los cánones del retrato para reflexionar sobre el arte y lo fugaz

El retrato imposible de Rita Barberá

¿Imposible, por qué?, dirá el lector. «Porque el retrato es presencia y en este caso es un retrato de la ausencia». El resultado no es un retrato, es algo más, es una reflexión sobre el retrato y la fugacidad de la vida a partir de la pintura y el dibujo. «Es el más raro que he hecho» explica el autor, Luis Massoni. Posiblemente al nivel de un autorretrato de juventud de herencia picassiana.

Massoni recibió el encargo del Ayuntamiento de València hace dos años largos. Rita Barberá, la todopoderosa alcaldesa, había muerto un año antes. Sola. En Madrid. Él era el elegido por la familia para entregar a la historia la imagen pictórica que quedará de ella en el consistorio. Aceptó. El cuadro está acabado, tras muchos esfuerzos, y se presentará el martes próximo. Ahora lo cubre una tela roja. Solo unos pocos lo han visto. El artista abre la puerta de su refugio a Levante-EMV.

Entrar en el estudio del artista es lo más parecido en estos años veloces a un viaje en el tiempo. Casi todo se detiene. El silencio cómplice se impone. El lugar (en el centro de la ciudad, tocando con la mirada la Catedral y el Palau de la Generalitat) es lo más parecido a un estudio del siglo XIX: preparado en busca del rayo perfecto de luz, repleto de pinturas, esculturas y libros (contemplar, leer, reflexionar), con rincones dispuestos para el mejor ángulo. El gabinete soñado de un coleccionista de arte clásico. Como en aquellos otros tiempos, se fabrica sus propias pinturas.

En su concepto de retrato no entra la realización a partir de fotografías. Él lo vive como una continuidad de la mejor tradición clásica. Pongan ahí Rembrandt, Rubens, Goya, Van Eyck, Ingres y, por supuesto, Picasso, por citar algunos grandes y ni se les ocurra incluir a Dalí.

Entonces, ¿por qué lo hizo con el de Barberá? «No podía aducir que ella no quería posar o no tenía tiempo». La solución fue acudir al recuerdo de Picasso, que fue casi como otro viaje interno en el tiempo: un regreso a los 19 años, cuando el rastro del genio lo «abdució». «El único capaz de salvar la ausencia. No ha encontrado suplente», dice. Los que vinieron después para fingir la genialidad original del de Málaga no han pasado de «pigmeos» artísticos, sentencia, apasionado y vehemente a la hora de valorar la evolución del arte contemporáneo.

Sin embargo, se dio por vencido de esa tentativa, aunque quedan huellas picassianas en la composición final. Más de una. Pero no se puede desvelar todo el misterio. El cuadro, que la familia de la exalcaldesa ya ha visto, se presentará en unos días y se entregará para colgar en la galería municipal. Será el más grande, de tamaño. Y diferente.

Al final, encontró la puerta para salir entero de la empresa fuera del retrato. O no quedándose solo en el retrato, mejor dicho. Por eso se refiere a la pieza como «no retrato» o «fallido». Pero uno, tras escucharlo, diría que está satisfecho. «He dado más de lo que se me pide», afirma. «Nunca he querido fingir que veo lo que no veo».

Pero, insiste, se ha metido en el asunto y el personaje evitando cualquier «soflama». «No es el papel del arte. El artista ha de dar fe, no juzgar». Aunque deja mensajes en el cuadro como el náufrago en la botella.

El resultado es una obra compleja, que intenta hablar sobre el proceso creativo y la esencia de la pintura. La palabra la tienen ahora quienes observen la obra. «El arte habla al individuo, no a la sociedad», sostiene el creador, que desde joven arrastra la duda de la muerte del arte, su inoperancia en el espíritu.

Un solitario extraño

Massoni, impulsor de alguna que otra guerra cívica por el patrimonio urbano, es un raro. Eso le decía el poeta Juan Gil-Albert en los años setenta: «¡Te vas a quedar solo!» Sobre el retrato siempre planea un velo de frivolidad, mundanidad y rutina. Materia a menudo para los ecos de sociedad. Él lidia con esa circunstancia desde hace décadas, desde su primera exposición en Madrid en 1973. Por su pinceles ha pasado una nómina importante de la burguesía valenciana y no solo valenciana. Pero siempre ha elegido lo que hace. Y cómo lo hace. Errores habrá cometido, asevera, pero no se le pueden achacar contradicciones. Se declara no dispuesto a bajar a la carrera de la vulgarización, a «la incultura de lo sucedáneo», a «la estridencia que impide la reflexión».

En ese marco de lo sucedáneo y lo estridente sitúa la copia pictórica de la fotografía, un «mal» con origen en 1964 y el pop art, estilo que resiste mal, confiesa. Como el hiperrealismo, «bricolaje estéril del arte». Dicho esto no hace falta profundizar en lo que piensa sobre Antonio López y sus retratos, como el de los reyes.

«En el buen retrato están el pintor y el personaje. Es hijo de dos voluntades. Ha de existir un diálogo con la realidad», razona con pasión. Lo otro, donde incluye el calco de la fotografía, «es un soliloquio». «El arte no quiere atajos ni muletas tecnológicas».

El fin es «ir más allá de la materia», «buscar la esencia milagrosa», «sugerir lo intangible a partir de lo tangible». Por ahí se encuentra la sutileza de la pintura. Lo que la distingue.

Ahora toca el silencio, retirar la sedosa tela roja y que hable la pintura. «Sin montaje».

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