Juan Pons, después de esperar media hora, fue el primer ciudadano de València en la cola cuando se abrieron las puertas. Ocho personas fueron las más madrugadoras para contemplar la «Senyera». El jueves 8, a las cuatro de la tarde, todavía laborable, con calor y sopor, no era previsible que las multitudes se agolparan. Pero a lo largo de la tarde, el goteo fue constante y hoy, con la gente en la calle y las puertas abiertas desde las tres, se espera una afluencia mucho mayor. Todo ello, para cumplir con una visita que ya es un clásico intergeneracional. Este año, con más motivo: no hay mucho más que hacer. «Yo soy de los de ir desde niño a la Procesión Cívica. No podía dejar de venir, pues, a por lo menos verla aquí» aseguraba el visitante número uno -quien, además, se encontró con una profesora de la universidad, que no era otra que la concejala popular María José Ferrer Sansegundo-. «El problema va a ser ese 9 de octubre, a mediodía. Voy a tener sensación de vacío». Pensamientos de un público que siempre es fiel y que, en ocasiones, viene ataviado especialmente para la ocasión, con camisetas, pañuelos y todo el atrezzo posible. Se encontrarán con la misma enseña de siempre, pendiente de ser reformada o sustituida por otra para evitarle más deterioro. Diez personas pueden estar a la vez, guardando distancias prudentes antes de contemplar y fotografiar. La guardia municipal de gala llama la atención con las mascarillas. Hoy no bajará a la calle «pero es de todos y hay que honrarla».