Vuelve a suceder. En las secciones más antiguas del cementerio, las de finales del Siglo XIX, existen unas hileras de nichos con lápidas blancas, construidas en un lateral. No hace falta ser un ingeniero para darse cuenta que son sepulturas infantiles porque, si fueran de adultos, colisionarían en ángulo recto con las de la hilera normal. Y basta con echar un vistazo para constatarlo. En aquella época, la mortalidad infantil era infinitamente más alta que en la actualidad y unas fiebres mal curadas o una tuberculosis auguraban el triste desfile del ataud blanco. 

No sólo las sepulturas infantiles: prácticamente todas las de esas ringleras permanecen abandonadas. Ha pasado siglo y medio desde que se esas personas murieron y, salvo que se hayan producido nuevos enterramentos (casi siempre matando la estética con lápidas actuales, que son un atentado al buen gusto en esa zona), sus moradores pasan Todos los Santos sin recibir la visita de descendientes de quinta o sexta generación. 

La lápida, en la actualidad M. Domínguez

No ocurre eso con Perico García Marco en su nicho de la 1243 Triplicado. En su lápida blanca siempre hay flores. Artificiales, pero flores. En algún momento amarilleadas, pero se van cambiando. Más aún: alguien ha hecho un pequeño arreglo para darles más permanencia: en el balconcillo de la lápida se ha incrustado, con un poco de argamasa, un pequeño búcaro de hojalata, donde se muestran unas margaritas, rosas y claveles aún en buen estado e imposible de irse al suelo. 

"Recuerdo cariñoso de su madre y hermana"

Dice la lápida que "subió al cielo el día 27 de marzo de 1898 a los 4 años y 9 meses de edad". La lápida, aun en un más que aceptable estado era un "recuerdo cariñoso de su madre y hermana". 

Han pasado 124 años. Muy poco después de subir al cielo, España perdió sus últimas posesiones de ultramar. Quizá habría sido movilizado para guerra de África y su madre habría pasado un sinvivir esperando noticias. La Guerra Civil debió haberle pillado ya casi como reservista. Si hubiese superado enfermedades, guerras y posguerras, debía haber muerto hace medio siglo. Si las cosas hubiesen sido de otra manera. Debió marcharse en pleno desarrollismo. Debió haber conocido la televisión y el 600. Lo mismo que los otros niños con los que comparte tramada. 

Sin embargo, alguien, quizá los descendientes de su hermana, son los que, cada cierto tiempo, dedican un momento para recordar a Perico. Como lo hizo su madre en marzo de 1898. 

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Día de Todos los Santos en el Cementerio General de València Fotos: Germán Caballero