Era una cálida y acogedora noche de verano. Las farolas temblaban como si les quedara poco tiempo de vida. Caminábamos hacia el coche después de celebrar el final de la temporada de verano, y el patrón del equipo de socorristas había prometido llevarme a casa para que pudiera beber y disfrutar de la fiesta. Podían ser las 3 o las 4 de la madrugada de un miércoles cualquiera. Mientras caminaba hacia el coche, empecé a sentirme mal; estaba mareada; no podía mantenerme en pie; si alguien me hubiera visto de lejos, habría parecido un balancín, como los que les regalan a los niños cuando son pequeños, iluminado por cuatro farolas medio operativas. Me ayudó a subir al coche por el asiento del copiloto, poniéndome el cinturón de seguridad mientras se inclinaba y se acercaba demasiado a mí. Pude sentir su respiración agitada en mi nariz, y un olor a tabaco mezclado con whisky barato recorrió mis mejillas. Lo que podrían haber sido tres segundos, el tiempo que tarda una persona normal en ponerse el cinturón de seguridad, me pareció una eternidad. 

Cerré los ojos, esperando que este momento agonizante pasara rápido, que encontrara la manera de ponerme rápidamente el cinturón de seguridad y separar su cara de la mía. Durante esos segundos, sin poder moverme, paralizada por la situación y el miedo a que se acercara aún más, me di cuenta de que lo que al principio parecía una noche acogedora se había convertido en escalofriante. Qué ironía que el calor de la noche pudiera llegar a convertirse en un frescor invernal en mi interior. Casi de inmediato, mi cabeza cayó hacia la ventanilla, como si mi propio cuerpo me estuviera pidiendo unos segundos de tregua, una cabezadita rápida y en seguida llegaríamos a casa. 

Sin embargo, dejé de tener control sobre mis músculos, no podía levantar la cabeza, mis manos cayeron muertas, como un bloque de hormigón, hacia los lados de mi cuerpo. Le pedía a mi cerebro que reaccionara, que si era capaz de escuchar y sentir lo que estaba pasando, por qué no podía moverse, qué le estaba bloqueando para poder salir corriendo de aquella caverna. 

(...)

Cuando entramos en la sala de urgencias, pude oler el líquido limpiador a base de alcohol y los guantes de látex estériles. Nos dirigimos al mostrador. Yo arrastraba los pies. Cuando la mujer de la recepción me preguntó qué me pasaba, me derrumbé. No pude responder. Noé intervino y le susurró a la enfermera que me habían "agredido sexualmente". La palidez quitó el brillo saludable del rostro de la mujer. 

- ¿Se ha avisado a la policía?

- Ella no está interesada en eso…

La mujer asintió en señal de aceptación antes de llamar a una enfermera que nos acompañó a Noé y a mí a una habitación aislada en la parte trasera. Me dijeron que tomara asiento en la camilla y que no bebiera nada ni utilizara el baño, y que ella volvería enseguida con unos papeles para mí. 

Me estremecí al sentarme en la camilla de sábanas blancas. No tenía ni idea de lo que me esperaba. Noé se sentó en una silla marrón de plástico en un rincón y miró el suelo de baldosas frío y desinfectado. Los sonidos de las máquinas que pitaban y el ‘tic tac ‘de los relojes inundaban mis oídos. La enfermera llamó a la puerta y tanto Noé como yo nos sobresaltamos. Dos policías nacionales la seguían. Me entregó unos papeles en los que se pedía lo más básico: nombre, fecha de nacimiento, el motivo por el que estaba aquí, el consentimiento para el tratamiento, etcétera. Lo rellené todo lo mejor que pude; mi mente estaba perdida en otra galaxia. Una vez que terminé, la enfermera cogió el portapapeles y volvió a salir de la habitación. 

"¿Fui yo la culpable de que me ocurriera? ¿Incitaría de alguna manera con lo que llevaba puesto, pues es lo primero que me preguntan? No. Rotundamente no."

Miré a Noé y me limpié algunas lágrimas estancadas con el dorso de la mano, pero no dijo nada. La enfermera volvió a entrar con una pulsera blanca de hospital que me colocó en la muñeca izquierda. Luego, finalmente, se presentó ante mí como Enma. Acercó una silla de ruedas redondas en la que se sentó uno de los policías y empezaron a hacerme preguntas. Llevaba toda la noche evitando que mi mente volviera a aquel oscuro callejón sin salida, a estar atrapada entre un cinturón de seguridad y el asiento delantero de un coche que olía a antiguo. El único deseo que tenía era poder quitarme mi cuerpo como una chaqueta y dejarlo en el hospital con todo lo demás, me sentía sucia y atrapada.

(...)

Noé me cogió la mano y me dio un fuerte apretón antes de arrancar el coche. Condujimos por la carretera, había poco tráfico a pesar de ser hora punta, y llegamos a mi casa más rápido de lo que tardamos en llegar al hospital.

Cuatro años después sigo escuchando la misma pregunta que me hizo el policía nada más empezar la entrevista:

- "¿Qué llevabas puesto?"

Un pantalón corto, una blusa de tirantes y unas sandalias. Eso era lo que llevaba puesto. Eso era lo que llevaba puesto la noche que me drogaron. Abusaron de mí. Y me dejaron sola. Ya no quería mi cuerpo, recuerdo haber pensado mientras el agua me bañaba, una y otra vez, como quitándome un barro que no tenía, como si hubiera salido de un charco frío y húmedo. Me aterrorizaba, no sabía qué había en mí…, quién me había tocado. 

Y como yo, cientos de mujeres en el mundo se acuestan cada día haciéndose la misma pregunta. ¿Fui yo la culpable de que me ocurriera? ¿Incitaría de alguna manera con lo que llevaba puesto, pues es lo primero que me preguntan? No. Rotundamente no. Lo que llevábamos en el momento del ataque no era una invitación a la violencia. Lo que llevábamos no provocó el ataque; solo nuestros autores lo provocaron. 

"Si estás confundido sobre si una chica puede dar su consentimiento, fíjate si puede decir una frase entera... Si está demasiado borracha incluso para caminar y se cae, no la toques, no le quites la ropa interior... Ayúdala a levantarse."

No creo que vivamos en una época en la que la gente pueda, ni deba, permanecer en silencio por más tiempo. Yo, desde luego, no puedo. No dado el estado en que se encuentra nuestro mundo con su flagrante fanatismo y sexismo. Hay que hablar de ello porque se barre bajo la alfombra como si nada y no voy a aceptarlo como algo ‘normal.’ Es un problema grave. Ya es hora de denunciar públicamente una actitud social patriarcal. 

En una época en la que se trabaja para que la mujer deje de ser tratada como un objeto, alguien inferior comparado con la figura masculina, esta historia, entre otras, ayuda a sacar a la luz comportamientos machistas silenciados por una sociedad que no quiere más "ruido" con respecto a este tema. 

Y no solo para dar a conocer la cruda realidad de lo que una víctima puede pasar en ese momento concreto, si no en cómo esta violencia ha influenciado e influencia las vidas de las afectadas. Robando su independencia, su alegría y su capacidad para dormir y trabajar. Sintiéndose vacías y enfadadas, despreciadas, cansadas, aisladas e irritables. Los ‘flashbacks’, las pesadillas, el miedo debilitante, la ansiedad y otros síntomas todavía persisten y persistirán.

Me quitaste mi valor, mi privacidad, mi energía, mi tiempo, mi seguridad, mi intimidad, mi confianza, mi propia voz. A través de esta historia, mi deseo es que otras supervivientes de agresiones sexuales se sientan menos solas. Sobre todo ante un sistema judicial que permite al agresor evadir su responsabilidad civil, dejar que se vaya sin pagar las incontables sesiones psicológicas a las que se someten las víctimas para poder sentir que pueden volver a respirar, que pueden volver a sonreír. 

Como referencia futura a ti, que me estás leyendo, si estás confundido sobre si una chica puede dar su consentimiento, fíjate si puede decir una frase entera... Si está demasiado borracha incluso para caminar y se cae, no la toques, no le quites la ropa interior... Ayúdala a levantarse.

Creo que, como muchas mujeres, tenía la necesidad de no hacer una historia triste. No tenía que confirmar lo que pasó, lo que importa es que pasó. Y que eso me (y nos) sigue afectando hasta el día de hoy. A las mujeres de todo el mundo, no estáis solas. Cuando la gente, la justicia y el sistema duden de ti o te descarten, yo estaré contigo. He luchado todos los días desde entonces por un mundo en el que la igualdad vaya por delante del ego social, y lo seguiré haciendo sin descanso, por mí, por ti y por las generaciones que vienen.

"Sigo de pie. Estoy viva. Soy feliz. Soy fuerte, pero todavía no estoy bien".