A la hora de visibilizar el problema de la gente sin techo y, por extensión, el problema de la exclusión social -aquí caben los inmigrantes, refugiados, violencia doméstica, población gitana, víctimas de la prostitución, etcétera- una de las preguntas que me hago con más insistencia es, ¿desde qué lado debemos enfocarlo? ¿Desde el lado de quienes lo ven desde afuera o tras la mesa de un despacho? Lo que nos daría una visión subjetiva. ¿O desde el lado de quienes lo padecen a pie de calle? Lo que nos daría una visión objetiva del problema. Es decir, la capacidad de ver los matices, ocultos por lo común al observador externo. En estos matices descubrimos los prejuicios, la criminalización que padecen, y que convierte tantas veces a la víctima en culpable -los sin hogar resultan especialmente molestos a nuestra sociedad.

Con independencia del lugar en el que nos ubiquemos, ambas visiones deberían confluir en un juicio común, humanitario: estamos ante un problema de derechos humanos y una falla del Estado en políticas de igualdad. Dicho lo cual parece importante señalar que la manera en que la sociedad trata a las personas sin hogar dice mucho de ella. Y nuestra sociedad prefiere seguir mirando al Tercer Mundo... Es un silencio cómplice en el que todos tenemos una parte importante de responsabilidad.

La sociedad porque que excluye a los más débiles. Algunos medios, por los estereotipos que proyectan hacia esta población. Los gobiernos local y autonómico que ignoran los protocolos de atención integral y preventivos. El Gobierno central, por falta de regulación jurídico-normativa que permita al sin techo, ejercer como ciudadano de derecho. Todo lo cual nos lleva a concluir que más allá de esa postura tan común de considerar al excluído una subespecie de la que se ocupa la policía, se esconde una voluntad muy clara de ocultar y callar. Algo parecido a lo que hizo la sociedad alemana con los judíos. Luis Enrique Veiga Rodríguez. València.