Carlos Fabra ha pasado de ser el carismático político en estado puro al relegado de su partido. Lejos quedan los días de querer «hacerse la foto» cuando su ambición le llevó a prometer infraestructuras inalcanzables y ahora, en el retiro, y solo, se ha convertido en otro político al que las puertas de la cárcel ya le quedan cerca.
Va a ser que no tiene tanta suerte. Carlos Fabra es ese personaje que cerciora lo de pasar de estrella a estrellado. Fabra ha pasado de ser el todopoderoso rey omnipotente de la provincia de Castelló a quedar relegado de todos su colegas de partido, salvo alguna excepción. Ha pasado de ser Él (en mayúscula) a ese, sin más. Su ambición política y esos aires reivindicativos, vendidos a golpe de populismo, se han quedo en nada (porque ninguno de sus megaproyectos se han hecho realidad) y ahora es «ese» al que ha condenado el Tribunal Supremo.
Pero hubo tiempos mejores, para él. Ese tiempo en el que prometía un aeropuerto y todos creían que se haría realidad; en el que proyectaba campos de golf hasta en el último recodo de la provincia y parecía algo real; en el que vendía un espectacular campo temático y casi se podía tocar. Eran tiempos en los que su carisma le acompañó por donde quiera que fuera sin importarle que le grabaran un exabrupto (hijo de puta) dirigido al socialista Francesc Colomer y en los que se jactaba de lo fácil que era meter a un niño en el Colegio de la Consolación de Borriana y «colocar» a un sinfín de personas consiguiendo así «un voto agradecido». Tiempos en los que siempre le tocaba ganar, incluso la lotería. Tiempos en los que no le hubiera importado orinarse en la sede de Izquierda Unida.
Su trayectoria política ha sido aplaudida por todos los que hoy evitan pronunciar su nombre. Como ejemplo sirvió la cena de 2005 en la que su partido y la sociedad castellonense quisieron brindarle su apoyo frente a esas informaciones que decían que podría haber favorecido a un empresario de Artana con la comercialización de fitosanitarios. Un año en el que también fue «arropado» por la incipiente diputada Esther Pallardó, que después se convertiría en su pareja, tras divorciarse de su mujer.
Licenciado en Derecho, Carlos Fabra ocupó su primer cargo en 1975 cuando fue nombrado secretario general de la Cámara de Comercio de Castelló y secretario general de la Conferencia de Cámaras Hispano Francesas (Copef). El 1977 fue militante de UCD, en 1983 se pasó a Alianza Popular y en 1987 ya tenía un puesto en el ayuntamiento de la capital de la Plana como concejal del Partido Popular. En las elecciones de 1995 fue elegido presidente de la diputación, un cargo que ya ostentaron su tatarabuelo, su bisabuelo, su tío bisabuelo y su padre. En julio de 2011, Fabra anunció su retirada de la primera línea de la política y dejaba la administración provincial en manos de Javier Moliner, quien ha ido desmontando la diputación de su antecesor. Apenas mantiene a Pallardó y en un cargo de segunda.
A Fabra solo se le ha visto flaquear en una ocasión. En enero de 2010 se le vio en la Feria Internacional de Turismo (Fitur) de Madrid visiblemente desmejorado y empezó a hablarse de sus problemas de salud, que se resolvieron en mayo de ese mismo año con un trasplante de hígado, tampoco exento de polémica. Fue operado en el madrileño Hospital 12 de Octubre pese a que le hubiera correspondido ir al Hospital La Fe de Valencia. En Madrid, su yerno Juan José Güemes formó parte de la Consejería de Sanidad.
Ahora no se sabe nada de él. En el retiro habrá recibido la noticia de que el Supremo también le ve culpable de haber defraudado las arcas públicas. Que sus tejemanejes y extraños ingresos no eran más que la manera de blanquear dinero. El Supremo puede ser el punto y final de esta historia que comenzó en 2003 aunque, tratándose de Fabra, aún le queda un recurso, por supuesto.
