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El capitán

El capitán

No debe ser fácil ser Guille Vázquez. Gobernador de un barco a la deriva cuyo rumbo, incierto, está dictado por el soplar del viento. Espalda ancha, mano izquierda, templanza y paciencia. Mucha paciencia. Apostó al blanco sin saber, quizá, que el negro entraba indirectamente en la operación. Y fue quien acabó ganando. No debe ser fácil ser Guille Vázquez.

Firmando año tras año un contrato con el corazón en un puño. Así hasta cinco veces. Viendo y sintiendo la vida pasar; y con ella, entrenadores, jugadores y algún dirigente de medio pelo. Viendo las ganas y la ilusión morirse y volver a renacer, como fruto de otro contrato oculto que su club firmó consigo mismo y él tuvo que aceptar con sangre y sudor. Cero lágrimas.

Guille juega de central, con todo lo que ello conlleva. Fuerte, atlético y valiente. Un Aquiles moderno y ligado al fútbol. Un yerno que toda suegra querría tener, al menos, fuera del campo. Temperamental y humilde, cabeza amueblada y pies en la tierra. El capitán de un equipo que arrastra a más de 13.000 personas a un partido de play-off y que no le impide ser, ante todo, persona. El brazalete aprieta más en el corazón que en el brazo. Portarlo conlleva una responsabilidad de la que nunca ha rehuido y siempre ha aceptado con ilusión y orgullo. La afición albinegra debería estar satisfecha de su capitán.

En Ibi, el sábado, no comenzó cómodo. «Un año más», debió pensar. Son cinco y en el mismo punto de no retorno. Una decepción catedralicia el pasado junio, en todo caso, no impidió que se vistiera de corto en el Vilaplana Mariel, donde el calor gruñía con insistencia sobre cualquiera que se personase allí. «No va a ser fácil», debió pensar.

Tras pasar media hora inédito, media hora de juego escultural y preciosista de su equipo que no se saldó en nada positivo, llegaron las curvas. En Tercera División no hay respeto ni valen las excusas de ser el Castellón y jugar ante un recién ascendido. En la segunda parte, el Rayo Ibense fue mejor y Guille Vázquez sufrió. Ágiles contragolpes, apurados despejes, difícil colocación, centros tensos y medidos, ataques. Por mi cabeza, por la de los aficionados y, seguramente, por la de Guille, se debieron presentar los mismos fantasmas de siempre. Al fin y al cabo, somos los únicos que hemos estado ahí en todas y cada una de las temporadas desde que el club cayó en el pozo de la Tercera División.

Algunos creen en el karma, otros en la suerte, otros en la meritocracia y alguno en la justicia poética. Sea como fuere, su fiel escudero de idéntico apellido que función, llegó al área para tocar aquel balón con la cabeza. Proporcionándole la satisfacción de tener la última oportunidad. La satisfacción de marcar un gol ganador en el último minuto. Y de ser el capitán.

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