Diez años llevo en la profesión y he visto entrenadores de todos los colores: buenos, malos, falsos, transparentes, sinceros, creídos, superados por las circunstancias, sobrevalorados, cercanos, dolidos, serios, engreídos, comprensivos, guapos y feos... todos ellos característicos. De todos los colores vaya, pero hasta la fecha ha habido tres que me han marcado especialmente, y eso que insisto, he tratado con muchos: Martín Delgado, Moré, Pellegrini, Garrido, Resino, Lotina, Molina, Murcia, Amaral, Márquez, Garitano, Vinyals, Casuco, Valverde, Cabello, Badenes, Peris, Moya, Esteva, Calderé... seguro que me dejo a más de uno. Pero de todos ellos hay tres que me han marcado especialmente: Paco Herrera, Pedro Fernández Cuesta, y principalmente Marcelino García Toral.

Son entrenadores con patrones diferentes, sí, pero con una característica similar. Son personas cercanas por encima de entrenadores mediáticos. Son gente como tú y como yo, con sus días buenos y sus días malos, con sus vidas al margen del fútbol que vale la pena conocer y comprender. Porque muchas veces no vemos más allá del entrenamiento diario o de los 90 minutos del domingo, de los cambios, de los onces, de las ruedas de prensa o de las zonas mixtas. Como los periodistas, cada cual tiene su vida al margen de la información, con sus problemas y sus alegrías y eso, como a todos, afecta en el día a día del trabajo personal. Yo he intentado siempre, respetando a todo el mundo, conocer más allá de la fachada, siguiendo el consejo que un gran amigo, y mejor entrenador, Manolo Soriano, me dio una vez. «Son personas. Intenta comprenderlos», me dejó entrever a su manera. Cuánta razón tenías Manolo.

Aún recuerdo cuando le pregunté a Paco Herrera, en Castalia, si era feliz. Jamás había visto esa cara en un entrenador. Descolocado a la vez que liberado por la pregunta. Paco no lo era. Lo confesó. Nadie se atrevió nunca a preguntar algo así. Eso no se hace en las salas de prensa. Tiempo después me lo agradeció.

Cariño especial le guardo a Pedro, y él lo sabe. Amigo de sus amigos, las ha vivido de todos los colores. Ahora disfruta en su Borriol del fútbol y de su recién estrenada familia. Me alegro un montón por él y por Sara.

Por último un recuerdo especial para Marcelino. No lo está pasando bien. Hace un año falleció su padre y eso, aunque yo, por suerte, no sé lo que es, me cuentan muchas veces que se trata de un dolor y un recuerdo imborrable. Marcelino lo sabe bien. Se apoya en su familia y en su querido fútbol para olvidarse. Hoy quiero aprovechar estas líneas para agradecerle el detalle que tuvo conmigo el pasado sábado. Por respeto lo guardaré para mí, aunque sólo puedo decir que jamás ningún entrenador o jugador había sido tan sincero, cercano y agradecido conmigo. Gracias Marcelino.

Por último confesaré, hablando de entrenadores, que me ha quedado la espinita clavada de no poder llegar a trabajar con el gran Preciado. No llegué a coincidir con él, nos dejó antes de entrenar en el Villarreal, pero era tanto y tan bueno lo que me contaron de él, que sin haber llegado a conocerlo ya lo guardo en el recuerdo.

Ya veis, entrenadores, cada cual un mundo, una personalidad, una vida más allá del fútbol, como los periodistas, como el resto de personas.