Me gusta escuchar a los aficionados tras los partidos. ¿Qué sería del fútbol sin ellos? Absolutamente nada. Por ellos y para ellos se ha montado este espectáculo y sin ellos no tendría sentido de ser. Por eso me gusta escucharles. Hablan con el corazón, siempre con el corazón y muy pocas veces con la cabeza. Y eso no es malo como sería fácil pensar, es señal de que los equipos están vivos y siguen llamando la atención y levantando pasiones.

Este fin de semana lo he vuelto a hacer. Tras jugar en Las Palmas hablé con varios aficionados quienes, enfadados algunos y disgustados otros, daban por malo el empate ante los canarios. Que si son tres jornadas sin ganar, que si no hemos sido capaces de vencer en el campo de dos colistas, que si no hemos tirado a puerta, que si falta intensidad, que si hay que dar más por el equipo, que hay que entregarse igual ante un grande que ante un pequeño, que si les faltaba motivación, que qué hace Soldado en el banquillo... todas las ideas y reflexiones son buenas, lógicas y entendibles, a su vez. Digo entendibles porque este equipo nos tiene tan bien acostumbrados desde hace tantos años, que consideramos muy pobre el bagaje cosechado durante estas tres jornadas y más cuando por momentos nos hemos visto peleando codo con codo junto a los grandes de la clasificación.

Sin embargo, en ocasiones es necesario dejar el corazón un poco a un lado para observar el contexto. Son muchas las circunstancias que están marcando el día a día del equipo y hay que valorarlas. Las derrotas ante Levante y Celta llegan por sendas expulsiones totalmente evitables de Jokic y Bailly. Ante esto poco más se puede hacer, más que no volver a repetirlas. A ello hay que sumar en Las Palmas el mal estado del terreno de juego y el cambio de entrenador rival, lo que siempre equivale a un plus de motivación añadida. Un rival que además contaba con un espía de excepción y nueva mano derecha de su entrenador, Eder Sarabia, quien de fútbol y más concretamente del Villarreal y de su estilo sabe un rato largo. No me cabe duda de que le destapó el tarro de los secretos al bueno de Setién.

Y si a ello le sumamos el partido ante el Dinamo escasas 48 horas antes, el largo viaje, la sanción de Bailly y la acumulación de lesiones, especialmente en ataque, el panorama empieza a cambiar. Es verdad que un punto de nueve posibles es un general un pobre bagaje para el Villarreal y más cuando te espera a la vuelta de la esquina el Sevilla, pero, insisto, creo que siempre se debe de observar el contexto global. Un contexto que sitúa al Villarreal como quinto en la tabla, a un punto de la Champions y a cuatro del liderato tras nueve jornadas disputadas, y lo que es más importante, con cinco de colchón sobre el Sevilla, octavo en la clasificación, con la Europa League encarrilada y sin haber podido gozar de toda su plantilla en la gran mayoría de compromisos disputados hasta ahora. ¿Que no quisieran sentirse amarillos por una vez leones, malaguistas, txuriurdines, pericos, ches o sevillistas? Seguro que sí.

Y esto no quita para que la imagen dada por el conjunto que dirige Marcelino García Toral en Canarias no haya sido la mejor, pero no por ello debemos de enojarnos. Ni antes eran tan buenos, ni ahora tan malos. Son el Villarreal y están haciendo un gran arranque de competición.