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Para perderse... y para olvidar

Paisajes de una plaza

La vida comercial y el tráfico constante de la avenida Barcelona aportan dinamismo al barrio

El parque en el interior de la plaza Donoso Cortés. carme ripollés

La plaza Donoso Cortés de Castelló es un balcón abierto a un paisaje de contrastes. Un paseo a pie por las calles adyacentes basta para darse cuenta de la multiculturalidad de su vecindario, donde conviven musulmanes y autóctonos. De hecho, la comunidad islámica, en su mayoría procedente de Marruecos pero también de otras latitudes lejanas como Siria, instaló hace años su mezquita en la avenida Quevedo y en torno a ella han surgido comercios regentados por inmigrantes, como carnicerías o fruterías, donde los vecinos -sean locales o extranjeros- realizan sus compras diarias. La integración es una realidad en este barrio.

La avenida Barcelona atraviesa la plaza con su flujo incesante de coches que, procedentes del centro de la ciudad, encuentran salida hacia el norte. Con forma casi ovoidal, la plaza es una rotonda muy transitada por fuera y un parque apacible y tranquilo por dentro. El césped convenientemente cortado y regado es el lugar preferido para los residentes con perro, y un buen número de bancos invitan a los transeúntes a tomar un descanso.

No es la única zona verde del lugar. A escasos metros, se sitúa el parque del Pont de Ferro, inaugurado hace tan sólo dos años. Con una superficie de más de 22.000 metros repartidos entre jardines y espacios de juego y recreo, constituye un punto de encuentro para los vecinos.

Sin embargo, el deterioro y el abandono también están presentes en este punto de la ciudad. Las fachadas decadentes de algunos edificios deslucen la estampa. Además, tampoco escasean las naves cerradas a cal y canto, con ventanas rotas y polvorientas, o los bajos comerciales que llevan años sin abrirse sus puertas al público. En torno a Donoso Cortés los rótulos de antiguos negocios han perdido su resplandor original y el sol ha corroído la pintura hasta dejarlos ilegibles.

En la entrada de estos antiguos comercios ya no se agolpan los clientes, sino los coches de los residentes del barrio que utilizan el poco espacio disponible alrededor de la plaza como aparcamiento improvisado.

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