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Discapacitados en la cola del paro

Los castellonenses Dani Vidal, Vanessa García y Eduardo Manuel Gómez relatan su experiencia como discapacitados y desempleados

Discapacitados en la cola del paro

Las personas con discapacidad sortean obstáculos a diario. Las calles están plagadas de escalones, bordillos y puertas sin adaptar, pero la barrera más alta no es física, sino sistémica. Salir de la cola del paro es el verdadero reto hoy en día para personas que, por accidente o enfermedad, han visto sus capacidades físicas o psíquicas reducidas y, por mucho que lo intenten, el mercado laboral las excluye. El 70 por ciento de los discapacitados están en el paro en Castelló, lo que dibuja un panorama desolador para un colectivo especialmente vulnerable.

«Estando en casa, sin trabajo, me como la cabeza y me hago menos válido de lo que soy», afirma Dani Vidal, un plusmarquista mundial paralímpico que puede presumir de ser el primer hombre sin brazos en cruzar el estrecho de Gibraltar a nado. El deporte le confirió un gran reconocimiento social, pero no le daba para ganarse la vida. Durante años trabajó como conserje en el Ayuntamiento de Borriana, donde llegó a ser concejal de Cibur en la oposición, y se ha dedicado también a la venta de cupones de la ONCE. Sin embargo, Vidal no tiene trabajo desde hace cuatro años. «He echado más de 200 curriculums, pero no me han llamado ni una vez», lamenta. «Sin brazos no puedo ir a la obra ni recoger naranjas», reconoce este parado de 39 años, pero hay otras tareas para las que está capacitado, como aquellas relacionadas con la gestión de almacenes industriales -el control de garitas, la organización de materiales o de básculas de camiones-.

A los seis años se subió a un poste de alta tensión y una descarga eléctrica le dejó sin el brazo izquierdo y sin la mitad del derecho. Desde entonces, está acostumbrado a los retos y su meta ahora es prepararse para el futuro. Por ello, mientras busca trabajo, se dedica a realizar cursos del Servef. Está aprendiendo ofimática avanzada. No obstante, se queja de que la oferta formativa para personas con discapacidad es reducida. «Hay muchos cursos como los de chef, camarero o carretillero, pero la mayoría no puedo hacerlos», lamenta. Sus esperanzas de encontrar trabajo son escasas. A su juicio, las personas con discapacidad «o entran por enchufe o lo tienen muy difícil».

Tampoco se muestra optimista Vanessa García, una castellonense de 32 años acostumbrada a luchar en la vida. Un coche la atropelló hace quince años y tras varios días en coma acabó con una discapacidad del 54 por ciento. Ha trabajado en una asociación de síndrome de down como administrativa, pero los recortes de subvenciones a la oenegé la dejaron en el paro. También fue peón en una azulejera que no aguantó los envites de la crisis. Lleva dos años desempleada y la única oferta que ha recibido es un contrato de un mes en una gran superficie como reponedora durante la campaña de navidad. Ha presentado currículums en empresas cerámicas «porque se supone que las compañías grandes deben contratar a discapacitados», pero ni siquiera la llaman para una entrevista. «Por tener discapacidad piensan que somos incapaces», denuncia. Aún así, no se da por vencida y sigue formándose para abrirse camino en un mercado laboral especialmente hostil con este colectivo.

Sin embargo, toda regla tiene su excepción y la discapacidad también puede abrir algunas puertas. Así lo ve Eduardo Manuel Gómez, un castellonense de 35 años que tras varias operaciones de rodilla y cadera recibió la declaración de minusvalía en 2013 al sufrir secuelas incurables que le impiden realizar esfuerzos físicos. Desde entonces ha estado en el paro, pero ha recibido ofertas de grandes empresas «porque al ser discapacitado reciben subvenciones». Reconoce que lo tiene más fácil que otras personas con discapacidad porque la suya «no se nota externamente». Ahora espera poder trabajar en la ONCE y ansía meter la cabeza en el deporte paralímpico.

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