Un muro de pago se interpone entre nuestro amor.

Comentó Kiko Ramírez el otro día que el suyo es un equipo de obreros y bueno, vale. Me gusta la intención del entrenador albinegro de proteger a los futbolistas, a menudo con responsabilidades de profesionales y sueldos de amateurs, y entiendo su discurso en el sentido que alimenta el nuevo aire del equipo, que es ahora eso, por fin un equipo, potenciando la idea de bloque tras el exagerado personalismo de la etapa anterior.

Me gusta este equipo, me lo creo, siento que me representa y que puede ser mejor.

Ahora bien, si el Castellón es un equipo de obreros qué es entonces el Recambios Colón. Y es más, concediendo y sabiendo que en todo relato de cualquier club cabe un punto de exageración, de pensamiento mágico, cómo va a asumir y vender el Castellón un mensaje proletario, de humildad y de equipo del pueblo, como nos gustaría, si la imagen que da su presidente en los últimos tiempos es la de un déspota trajeado que vive en el Casino Antiguo. Cómo, con abonos a precio de fútbol profesional, con presidente a sueldo, con no sé cuántos directores deportivos, secretarios técnicos, coordinadores de fútbol base y fenómenos de la comunicación. Cómo.

Difícil.

Por lo demás, quedan dos partidos para despedir el 2015, para siempre el doloroso año del no-ascenso, y una junta de accionistas que asoma en el calendario. Suelen ser las juntas del Castellón mucho en la víspera y poco en el momento, más o menos como acostarse conmigo. No hace falta más que recordar la última (junta), por no ahondar en el teatrillo de heridas anteriores, que se parece vivir mejor huérfanos de memoria. Pero la última, digo: iba Manolo García a dar un golpe de estado mexicano y acabó de aguador del presidente.