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«Da capo», del final al principio

«Da capo», del final al principio

Comenzamos esta serie de Rabos de pasa con un capítulo dedicado a la entrada de los nacionales en Castelló el 14 de junio de 1938 con el general Antonio Aranda al mando de las tropas del Cuerpo de Ejército de Galicia. Y ahora, que estamos a punto de cerrar la historia, no quisiéramos despedirnos sin hacer mención de otra «entrada triunfal», la del borrianense Amado Granell al frente de La Nueve en París. En el primer caso la palabra «liberación» -así calificaron los vencedores aquella acción de guerra- significó la implantación del régimen dictatorial que durante décadas rememoró la efeméride con el toque siniestro de la sirena desde el campanario. En el segundo caso, muy al contrario, la palabra «liberation» -utilizada por los aliados- hace referencia al retorno de los valores de la República en Francia, una vez que se deshizo de sus ocupantes germanos. Si se quiere, las trayectorias antagónicas, del general Aranda, el «libertador» de Castelló, y del teniente Granell, el «libertador» parisino, no encuentran el parangón en episodios tan distintos y sin embargo sí lo hallarán en el posterior desarrollo de sus biografías.

Sus vidas no se cruzaron en la Plana, pues cuando Amado Granell comandaba la 49.ª Brigada Mixta del Ejército Popular republicano que defendía Castelló, éste tuvo que batirse en retirada hacia el sur ante el empuje de la columna gallega que dirigía Aranda. El borrianense prosiguió en el frente de batalla hasta llegar a Alicante, donde se convirtió en uno de los últimos soldados leales que subió al cañonero inglés Stambrook, el postrer buque que zarpó de la «Zona Roja» rumbo al exilio. Ya en Argelia, Granell se alistó en la Legión Extranjera, desde la que continuó luchando contra el fascismo durante la Segunda Guerra.

Dos vidas tangentes

Por su parte, el sedicioso Aranda aún participó en la Batalla del Ebro, que comenzó justo después de tomar un baño de ola en la playa del Maestrazgo. Tras la victoria, el militar se convirtió oficialmente en Capitán General de Valencia y, oficiosamente, en el jefe de los conspiradores contra Franco al servicio de la inteligencia británica. A tal efecto, sir Winston Churchill dispuso de una secreta orden de «Caballeros de San Jorge» integrada por los mandos contrarios a que España participara en la contienda europea junto a las potencias del Eje. Además, estos «agentes dobles» también eran firmes partidarios del restablecimiento de la monarquía en la persona de Juan III. Para ello, el primer ministro -y descendiente del Mambrú de la canción- se valió de Juan March, financiero mallorquín y acreditado pirata transmediterráneo. La traición de estos hombres fue descubierta por el dictador y su cabecilla Aranda, apartado a la reserva, desde donde siguió conspirando a favor de la causa de los realistas.

En este punto crítico es en el que el espadón defenestrado y el oficial que entró en París con la División Leclerc coincidirán innopiadamente . Granell, desde los días del triunfo aliado, fue reconocido con la Legión de Honor y con el prestigio ganado comenzó a redirigir sus pasos como opositor al régimen de Franco. Así, este antiguo militante azañista, reorienta su acción como mediador entre dos adversarios: el socialista Largo Caballero y el conservador José María Gil-Robles. La fórmula «juanista» que propugnó es la que habrá de permitir la confluencia de los monárquicos del interior, como el intrigante Aranda, los otros militares, el Duque de Alba y Pedro Sainz Rodríguez (ministro dimisionario en Burgos y secretario del pretendiente) con «el Lenin español» y los elementos exiliados más posibilistas.

Pero las buenas intenciones de Amado Granell, a la hora de conducir la intercesión entre el aspirante regio y los vencidos republicanos, quedaron frustradas cuando el Borbón (que ya nunca sería Juan III) pactó con el Caudillo a bordo del Azor la educación tutelada que debía de recibir su hijo Juanito en Madrid , con miras a la incierta sucesión. Franco, en su paranoia, juzgaba que Villa Giralda estaba dominada por masones y, si algún día, cedía la Jefatura del Estado no lo iba a hacer a favor del Gran Maestre ibérico.

Décadas después, el heredero fue príncipe y el príncipe fue el rey Juan Carlos I y, en agradecimiento por los servicios prestados, aún en vida, Antonio Aranda ascendió al rango de teniente-general. Por su parte, el sucesor Felipe VI recientemente honró la memoria de los héroes de La Nueve en el Hôtel de Vile de París, pero el «legioneur» Granell no vivió para verlo. El de Borriana hacía años que había muerto en un accidente en 1972, justo cuando acudía al Consulado de Francia para tramitar su pensión de combatiente por la «Liberté».

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