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el YanG

Nací en la ciudad de Castelló hace más o menos 47 años y nunca he tenido domicilio en otro lugar. Me emociona este cielo azul, la pólvora bien disparada me huele a hogar y ante el sabor de un ximo o de una pelota de Macián siento que estoy ante el misterio de la verdad. Dicho lo cual, y con esos antecedentes, romperé el horizonte de expectativas: detesto la Magdalena y tengo ganas de sulfatar con napalm a la gente que me habla de la gaiata como un monumento.

Y lo peor es que no te dan opción. Con lo que se topa un ciudadano al salir a la calle es con la violencia y la agresión institucionalizadas y con la falta de un mínimo respeto a su sensibilidad, a su privacidad y a su calma. Y en el noventa por cien del territorio urbano, se topa también con la más absoluta fealdad, pues la mayoría de comisiones gaiateras utiliza los monumentos como vulgar excusa para cortar las calles con sus carpas verbeneras, y para ello las llenas de adefesios en serie que han encargado a unos profesionales (estos sí, quiero subrayarlo, mucho más respetables que las intenciones de sus clientes) sin mayor interés por su tema, su arte o su mensaje.

Lo único sensato que puedes hacer, porque en tu casa, invadida por estruendos explosivos o chirriantes las veinticuatro horas del día, no puedes estar, es huir o vivir la masificación, los suelos pegajosos y la contemplación de esos trabajos manuales con luces como un turista beodo más, que es para quien se levantan esos portentos como un vacío parque temático. Vamos, en lo que se convierte esta bonita provincia que se jacta de ser tierra de festivales, sólo que con más crueldad porque la playa está lejos y el coche no lo puedes menear.

El caso es que el egoísmo magdalenero nos coloca a muchos vecinos en una posición de minoría étnica y añoramos tener, como otras, al menos un gueto en el que acogernos a asilo frente al esclat de llum sense foc ni fum y sus disparatados explosivos. Sabemos que el salvajismo en Europa es bárbaro y que de aquí partieron siempre los homínidos más crueles a la conquista del planeta. Yo, cuando veo a un padre con blusa enseñando a su hijo a tirar petardos y a exclamar ohhh cuando desfila una gaiata no puedo dejar de evocar la imagen de un cromañón enseñando a los vástagos de su horda a incendiar las aldeas vecinas. Y si encima te quejas, esto es Magdalena y vete a Venezuela, si te gusta el mambo, comunista, rojo. O a Catalunya, a bailar sardanas, catalanista.

Por eso, y fiel seguidor de Girolamo Savonarola durante nuestras fiestas fundacionales, ardo en deseos de eliminar esos objetos pecaminosos en una hoguera de vanidades que, de sus cenizas, puedan surgir unas fiestas más propias del siglo XXI.

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