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el yin

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Las cosas que riman molan. Eso no lo puede negar nadie. Lo saben los publicistas, lo saben los raperos, lo saben los niños y lo sabe todo el mundo. Yo imagino el primer cónclave gaiater de la historia con muchos señores antiguos con sombrero, densidad de puros, corbatas y trajes, un asunto muy serio y una mueca insegura en sus rostros. El concepto gaiata no terminaba de encajar y el pueblo exigía respuestas inmediatas. Estaban los sabios reunidos, observando las gaiatas a través de sus monóculos, en un sí pero no colectivo, en plan a esto le falta algo. Nadie sabía muy bien exactamente qué, repasando el inventario, pero lo tenían en la punta de la lengua. Algo. ¿Ruedas? Ruedas. ¿Bombillas? Bombillas. ¿Gaiato? Gaiato. ¿Faroles? Faroles. Sí, vale, todo, pero qué, pero cómo, pero bueno, pero estonopuedeestarpasando. No a nosotros, los sabios. Se mascaba el drama en la capital de la Plana, el desesperado sanedrín local estaba a punto de enloquecer y hacerse fallero cuando don Antonio Pascual Felip se levantó, carraspeó y dijo: «un esclat de llum sense foc ni fum».

Y entonces sí, bingo. Un silenciosa décima de segundo dio paso al eureka: ovación, reverencias, vítores, sombreros al aire, golpes cómplices con el codo, abrazos de celebración electoral, lágrimas y ademanes satisfechos con la cabeza. Algunos hasta amagaron con bailar la conga. Ahí estaba la clave. La rima. Pascual, di que sí, copón. La jodida rima.

Desde entonces, no hay quien tosa a la gaiata.

Excepto mi mujer, claro. Se licenció en Bellas Artes y ya que anda por aquí, al modo de voz autorizada, le consulto:

- ¿A ti qué te parecen las gaiatas?

- El horror.

- El hórror vacui, ya. Así barrocas y eso.

- No, no. El horror a secas.

- Un esclat de llum sense foc ni fum!

- ?

- ...

En fin, las gaiatas le parecen feas y yo le parecí guapo. Hay gustos y gente para todo. Gente inmune al poder de una rima, incluso.

De todas maneras, no hagan mucho caso a estos modernos. Luego va un señor a ARCO, se caga en una maceta y se comen la mierda con cucharillas de helado. Que ahora que lo pienso, nos presentamos allí con un par de gaiatas y reventamos el mercado del arte contemporáneo. Qué sé yo, son madrileños. Si los engatusamos con Marina d'Or (qué es el complejo hotelero sino un maravilloso y emprendedor homenaje al buen gusto gaiatero), seguro que lo flipan con esto.

Por último, no quería despedirme sin apuntar lo inconveniente de este debate sobre la altura artística de las gaiatas. Personalmente, me ofende. A nadie se le ocurriría en un periódico italiano cuestionar la belleza de la Gioconda, la Capilla Sixtina, el Coliseo, la Basílica de San Marcos o el David de Miguel Ángel. A nadie. Con adjuntar aquí la foto de una gaiata, una cualquiera, con la contundente belleza de la imagen y con sentir un nuevo episodio de síndrome de Stendhal nos hubiésemos ahorrado más de cuatrocientas palabras.

Que no son pocas.

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