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un puto partido

Cuarenta días de promoción llevamos sin insultar a nadie, con espíritu zen desconocido, que por algún sitio tendrá que salir todo esto. Cuarenta días de picos y valles, en los que la vida es aquello sin importancia que pasa entre partido de play-off y partido de play-off. Cuarenta días de formato torturita: al desgaste de la temporada se une el cansancio del final de la meta, el calor se compincha con la tensión y la lucha de miedos sobre el campo. Sabemos cómo es verlo, asusta tan solo imaginar cómo debe ser jugarlo.

Pero es jugarlo, solo eso. No deberíamos olvidarlo, porque nos conviene esquivar la tentación de ponernos demasiado intensitos, de llevarlo a la tremenda de antemano y sin necesidad alguna. Los futbolistas del Castellón van a la Bòbila a jugar un partido de fútbol, solo eso. Ni a salvar el honor de la patria, ni a honrar la memoria de los abuelos, ni a rescatar nuestras vidas de la mierda. Solo eso: a jugar y ganar un puto partido de fútbol.

Ese vestuario, de alguna manera y además, ya ha ganado antes de jugarlo. Suspira por un final dichoso, por supuesto, pero el verdadero mérito radica en el camino, un sendero pedregoso repleto de obstáculos propios y ajenos. Llegar al último partido de la última eliminatoria a un gol del ascenso es uno de los premios. Reunir en Castalia a 14.000 personas entregadas a la causa, después de todo, sentirlas en la punta de los dedos, es el mayor de ellos. Es un temporadón el de Kiko Ramírez y sus muchachos, se mire por donde se mire y sea cual sea el desenlace.

Y es un buen equipo, el Castellón, aunque nos pasemos la vida sacándole defectos. El domingo maldije a menudo y más que nunca a Castellnou. Podría ser feliz incluso en Tercera, pensaba, viendo jugar a Charlie, a Jordi, a Carlos y compañía, podría ser feliz con un equipo como el de ahora, con independencia de la categoría, si no fuera por la situación límite en la que dejaron al club, moribundo, en un paisaje en el que el ascenso no es tanto una sana conquista sino una angustiosa necesidad. Es un crimen que va más allá del dinero. No habrá sosiego, no habrá paz interior plena, hasta que no haya justicia albinegra.

Mientras, hay momentos que siguen valiendo la pena, que compensan lo malo, que nos empujan a abusar en el uso de los adjetivos, que alimentan esa fuerza irracional que gobierna la ciudad durante estos días de previa. La secuencia del himno, un colectivo ejercicio de orgullo tribal, fue emocionante. La explosión de vida en torno a un club que dieron por muerto. Luego vi que Alberto Fabra la presenció desde el palco. También otros que espero que tomasen nota. Qué himno cantaría Castalia, me pregunté y me pregunto yo, si hubiera prosperado el plan de la vergüenza, el de enterrar, refundar y pasar página.

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