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Papel de diario

Los hombres del president

La «fontanería» de la Presidencia de la Generalitat contó con dos castellonenses con una visión bastante distinta del socialismo valenciano

Los hombres del president

La derrota de Ximo Puig en las primarias del «xavo», que el PSPV-PSOE organizo en las comarcas de Castelló en 1987, obligó al morellano a levar el ancla y buscar otros puertos lejos de sus queridos Ports de montaña. No obstante, los símiles marineros a quien mejor se le ajustaban era a su patrón Joan Lerma, un lobo de mar con amarre en Borriana que cuando sus obligaciones lo permitían surcaba las aguas comunitarias a bordo del Samaruc. Este president de la Generalitat, tras una interrupción de siglos, fue el continuador de los síndicos de las cortes forales que adornan los murales del Palau de Cavallers. Entre aquellos rostros de las viejas villas reales, los castellonenses aún reconocemos a nuestro paisano Narcís Feliu.

Los naturales de las comarcas septentrionales de la Comunitat, después de este paréntesis secular, siguieron acudiendo hasta el Cap i Casal con el propósito de dejar su modesta impronta en la gobernanza del autogobierno. Así, en 1991, el citado Puig fue nombrado Jefe de Gabinete del Molt Honorable. No fue éste el único norteño que se apostó en el puente de mando autonómico, pues en el podium del segundo nivel señoreaba sobre el resto de directores generales el torreblanquino Amadeu Fabregat, el deus ex machina de RTVV. También Rafael Ferrer Fonbuena había sido nombrado Secretario de la Presidencia.

Puig y Ferrer Fonbuena, a su manera, representaban las dos almas del socialismo autóctono, ésas que exhibían en forma de sigla bipolar. El espíritu valencianista y el carácter jacobino habían llevado a los progresistas­­ a confluir en el partido de Pablo Iglesias y Felipe González. Mientras las urnas les fueron benévolas, ambas sensibilidades tuvieron lo que Ortega llamó «conllevanza», para definir el vínculo de Cataluña con Castilla.

A muy pequeña escala, el paso a la oposición de los concejales de Gozalbo evidenció que esa convivencia pacífica era casi imposible cuando se deja el poder. El propio ex alcalde siempre se declaró afín a los autonomistas, y alineados en esta posición también se hallaban los ediles Juli Domingo, Miquel Albert. Pero allí, en la misma bancada, se sentaban los antagonistas: Juanjo Vázquez y Alfredo Cadroy.

La «balcanización» de los progresistas fue el término recurrente que se utilizó para definir este tiempo de tensiones internas. Y es que el palabro servía tanto para hablar de la descomposición de Yugoslavia, como para referirse a las disputas étnicas entre las familias socialistas.

Así, los gozalbistas hacían de croatas y los vazquistas eran los serbios. Cuando las fuerzas internacionales tuvieron que intervenir en la pacificación de Bosnia-Herzegovina, el ex alcalde de Valencia Ricard Pérez Casado fue nombrado administrador de la Unión Europea en la ciudad de Mostar. Tal vez, la experiencia de este político ilustrado, buen conocedor de la compleja coexistencia de elementos contrapuestos como los que cohabitan en el país de los valencianos, y salvadas todas las diferencias, le sirvió a la hora de garantizar unas elecciones libres en los Balcanes. Pérez Casado había militado en el antiguo PSV de Vicent Ventura y, aunque obtuvo la vara de mando con el partido bifronte, en 1988 fue descabalgado del cargo ­­por los suyos.

Apuntes con Ferran Sanchís

El Consell del dragón alado

La historia de la los gobiernos de la Generalitat recuperada tuvo su antecedente inmediato en los ejecutivos del Consell Pre-Autonòmic del País Valencià, en el período 1979-1983, con los presidentes Josep Lluís Albinyana y Enrique Monsonís. Este organismo, anterior a la redacción del Estatut de Benicàssim y a la constitución de las renovadas Corts, conoció dos etapas bien diferenciadas en tan corta existencia. La primera, la liderada por Albinyana, corrió paralela a los episodios más incruentos de la Batalla de Valencia, la guerra de símbolos que sacó a la luz a elementos del blaverismo como Paquita Reventaplenaris, un nuevo Palleter que se dejó una uña en la cabeza monda de un oponente. Coincidiendo con el recrudecimiento de este conflicto entre facciones, el president acudió a Castelló para entrevistarse con los representantes de la Fundació Huguet en la diputación. Anteriormente el político había sondeado al hacendado Josep Fibla para que asumiera la cartera de Agricultura del Consell. Este propietario castellonense renunció y la conselleria cayó en manos de Enrique Monsonís, un exportador de naranjas que había militado en el Partido Liberal alemán. Albinyana, consciente de las incompatibilidades vexicológicas de sus conciudadanos, sondeó a los miembros de la entidad cultural sobre la cuestión peliaguda, pues siendo todos ellos vecinos de Castelló tal vez eran partidarios de abordar el tema con mayor distanciamiento que los capitalinos. Entonces, una solución ecuménica sobrevoló la reunión: si las banderas habían divido en dos mitades al pueblo valenciano entre los entusiastas de la franja azul y los de las cuatro barras a palo seco, el escudo debía ser la señal superadora. Según Ferran Sanchis allí se le propuso la utilización del símbolo del «drac alat», el remate del yelmo de Pere IV. También se habló de la efímera existencia de una asociación llamada así: El Drac Alat, concebida como alternativa a Lo Rat Penat. Bien fuera por la sugerencia de los próceres o por incitativa propia, el dragón volador acabó siendo el emblema de la institución pre-autonómica.

Después, Albinyana fue sustituido por Monsonís, un hombre que un día se autoproclamó «conserje» porque no supo pronunciar el término «consejero». Evidentemente, este comerciante de cítricos, correligionario de Hans-Dietrich Genscher, representaba el triunfo de los regionalistas de derecha frente a los valencianistas de izquierda. Un paisano del borrianense, que más tarde formuló una tercera vía entre las vías irreconciliables, sintiéndose derrotado en sus tesis, cada vez que se refería a él, le llamaba «el

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