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25 años y un día

Aquellos veranos con los Aznar

Si Felipe González fijó Doñana como epicentro de sus veraneos, Las Playetas se erigieron en el nuevo Pazo de Meirás de la derecha refundada

Aquellos veranos con los Aznar

­­­­­­­José María Aznar, a raíz de los Pactos del Majestic con Jordi Pujol en 1996, pronunció una frase enigmática, aquella en la que presumía de hablar catalán «en la intimidad». Entonces nadie le creyó, pero era cierto. En Las Playetas de Bellver, el rincón del Mediterráneo donde este aspirante a todo decidió pasar las vacaciones estivales de 1991 y sucesivos, el ex presidente de Castilla la Vieja escuchó sus primeras palabras en la lengua del admirado Josep Pla mientras sus vecinos preparaban la paella dominical, e incluso se atrevió con un sonoro «collons!» cuando probó los primeros granos de arroz bomba.

El nuevo líder de la derecha española tenía buenos amigos en la urbanización de Orpesa del Mar (los primos Villalonga o Luis Herrero) y no le debió de parecer un mal sitio cuando aceptó tomar prestado un apartamento. Más aún si pensaba en la frase críptica de su odiado Felipe González. El socialista, en alusión a la guerra sucia contra ETA, había dicho que el Estado de derecho «se defiende también desde las alcantarillas». Las Playetas era el lugar perfecto: le garantizaban a Aznar el descanso y no contaban con alcantarillado público, algo que íntimamente le satisfacía tanto como poder chapurrear aquel dialecto, pues en su labor de oposición de ningún modo quería ser cómplice del sevillano. Mil veces mejor que la canalización de las aguas mayores eran los pozos ciegos tan propios de las zonas de expansión que crecieron sin ton ni son a lo largo del litoral levantino. Y es que Las Playetas, con todo el lujo de sus edificaciones, a cual más ostentosa, carecía de un plan de evacuación homologado.

El otro gran déficit del residencial era su escasa ,y por ende abarrotada, playa, que se decía «privada» aunque en realidad era pública como cualquiera otra del dominio marítimo-terrestre. En el verano de 1991 ya se vio que aquella carencia había de corregirse para posteriores estancias de los Aznar. El líder popular hacía suyo el programa regeneracionista de Joaquín Costa. En la España tardofelipista comenzaban a aflorar los casos de financiación irregular y malversación, de modo que apuntarse a regenerar la vida nacional parecía una tarea urgente.

Alguna campana debió oír el alcalde de Orpesa pues, en la medida de las posibilidades de su municipio, ordenó regenerar lo que tenía más a mano: la cala de Las Playetas. Principio y fin del programa.

El Aznar de la Costa de Azahar todavía no era el hombre de las Azores que más tarde conoceríamos. Era un tipo tímido que le dejó llevar la agenda en los días de asueto y canícula a Carlos Fabra, el jefe provincial de la cosa. Éste, como cumple los años en día 2 de agosto, planificó la celebración de la efeméride con los Aznar en Nina y Ángelo del Grau, el restaurante en el que su mujer Mampa tenía parte. Y como vemos que la intimidad es un concepto laxo, el sucesor del Tío Pantorrilles reservó todas las mesas del local y las llenó de figurantes. Así, en otra mesa se hallaban un concejal, el jefe de urbanismo y sus respectivas; en otra una diputada por Nules y su marido; y, en una tercera, Andreíta, la hija de Fabra que más prometía, con unas amigas. Hubo tarta y velita, pero, en la velada, entre desconocidos, el anfitrión prohibió que éstos le cantaran el «cumpleaños feliz».

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