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Opinión | Las cuarenta

El destape

Durante la tan añorada Transición nació el llamado destape. Atrás quedaron los viajes a Perpignan para pegarse un calentón viendo El último tango en París. Aquí, Nadiuska, Victoria Vera, Bárbara Rey, Agata Lys... ya lo enseñaban todo

Durante la tan añorada Transición nació el llamado destape. Atrás quedaron los viajes a Perpignan para pegarse un calentón viendo El último tango en París. Aquí, Nadiuska, Victoria Vera, Bárbara Rey, Agata Lys... ya lo enseñaban todo. Mitos eróticos del postfranquismo, muy profesionales ellas, sólo se mostraban si así lo solicitaba el guión. Unas veces con cierta gracia, otras sin venir a cuento, el guión era una excusa incluso moral para que después de demasiados años en el búnker no se nos atragantara tanta teta y tanto coño.

Desconozco si era ésa la coartada que esperaba David Cruz para disimular su falta de recursos. Pero dentro de nada, antes de acabar el año, se nos desnudará impúdicamente, con todas las vergüenzas al aire, porque así lo exige el guión. El de la auditoría que están componiendo ahora y nos revelara el pesado lastre de los números rojos, nada nuevo por otra parte, pero con el corolario final de la obligación legal de convocar una ampliación de capital por un valor superior al 51 % del actual, para no incurrir en un delito penal. Huelga decir que no tiene un euro con el que aprovechar su prioritaria condición, y que no creo que Osuna, Blasco y su banda estén dispuestos a prestárselos o participar siquiera. Claro que los plazos no serán tan rápidos como quisiéramos, pero la película toca a su fin.

Consciente de ello, el presidente ya no aguanta un silbido y aplaude con rabia y fatal ironía a quienes debería agradecer que no le asaltaran el palco. Viéndose más fuera que dentro, tampoco devuelve el dinero prestado a quienes le sostuvieron en el pasado, advierte a los capitanes que pronto dejará de pagarles y hace caja ora con inesperados derechos de formación heredados ora cobrando recibos de una Fundación que no ha constituido, en otra clamorosa aberración legal.

En cueros ante el mundo, porque así lo dicta el guión, Cruz ya se ve abandonado hasta de los suyos. Juan Carlos de Celis ha sido el primero que no quiere que le filmen más, pero antes de que acabe el año le seguirán otros actores. A nadie escapaba que los miembros del consejo deben avalar el presupuesto y también asumen responsabilidades solidarias en la gestión. Puede que, ilusos, ellos no lo supieran.

Justo ahora, que empieza el frío, con Cruz a la intemperie, comprobarán con disimulado rubor, que el traje invisible que vestía el presidente no era tal, que su proyecto no era seda, no era nada, y su dotación ridícula. Así ya no puede enamorar a nadie y la esperada oferta de compra, aunque sólo fuera para que se echara a un lado y se acelerara la búsqueda de soluciones, no le llegará. Lo perderá todo en esta triste aventura a la que nadie le invitó. Él solito se ha encargado de cavar su propia tumba con provocaciones, desdén y no pocas dosis de una injustificada autosuficiencia.

Pero no es motivo de mofa su desgracia. Porque también es la del Castellón, en tanto que se encuentra en causa de disolución. Y el otro que se quedará desnudo en este proceso es la afición, poniendo en cuestión nuestro tan manido amor a los colores albinegros. Históricamente nunca se ha participado de las ampliaciones de capital que se han convocado. No de la manera unánime que se requiere. Siempre hemos preferido que otros mantengan viva nuestra pasión.

Sabedores de que el orgullo pairal y la cartera andan reñidas, correrá el turno hasta que caigamos en manos de las instituciones. Tanto el Ayuntamiento como la Diputación deben erigirse cuanto antes en salvaguarda de ese patrimonio histórico, cultural y sentimental que representa el club, y empujar a una decena de empresarios para que nos rescaten. Y no es un taparrabos lo que necesitamos, si no un traje de tres millones de euros.

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