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El "neptuno" varado en el Grau

La Junta de Obras del Puerto, luego Autoridad Portuaria, tuvo al frente en los 90 a un alto funcionario llegado de la Meseta castellana

El "neptuno" varado en el Grau

El presidente de la Junta de Obras del Puerto del año 1991 era José Luis Peralta, un hombre de aspecto mitológico, en todo semejante al dios de los mares, que se enfrentó a tirios y troyanos. Este alto funcionario, que ejerció nueve años el mando en la plaza portuaria, fue enviado al Grau en 1987 por la recomendación del poncio Joaquín Azagra al Ministerio de Obras Públicas .

El técnico superior de la Administración del Estado había aterrizado en la provincia llegado de otros destinos peninsulares, aunque nunca antes había alcanzado la notoriedad que entonces iba a obtener durante la etapa que estuvo al frente del muelle castellonense. Allí, primero chocaría con el alcalde Gozalbo, un tirio, y, después, con el recién elegido Gimeno, un troyano, por un tema que provocó gran controversia en la capital: los accesos al puerto.

Los munícipes -daba igual el color- creían óptima la opción sur, al considerarla menos lesiva para la trama urbana del barrio aunque fuera perjudicial para su fachada marítima y en especial para el paseo de Bonavista. Por su parte, el presidente neptuniano era partidario de la carretera por el norte, que facilitaba la entrada directa al dique de Levante, algo que permitiría posterior la liberalización del muelle de costa. La pugna, pues, entre los que tenían una óptica autóctona y el jacobino, estaba servida.

El acceso Sur

Los ayuntamientos progresistas y luego los populares no se conformaron con evocar el sur, como el zahorí de la película de Erice. Otro Víctor, Falomir, estrenado como regidor de Urbanismo plenipotenciario, comenzó a fantasear con otras alternativas, también ultra-sur, con la complicidad de los graueros.

Pero Peralta siguió varado en sus trece, hasta que al fin de la primera legislatura de la derecha municipal, y con la ampliación del dique de Levante, pudo acometer el plan que impediría el trazado sudista. La idea consistía en barrarle el paso a esa futura carretera, por si alguien algún día se atrevía a hacerla por abajo. Pero cómo iba a poder cerrarle el paso; muy sencillo: con la Plaça del Mar, un espacio peatonal repleto de freidurías y bares de copas.

Al principio hubo vecinos del distrito que se negaron a tomar una horchata en aquel terrain vague liberado al muelle, incluso los locales abrieron sin licencia, porque el concejal cejijunto se negó a concederla. Pero al fin, la plaza «roja» -así la llamaron- se inauguró en plenas fiestas de Sant Pere de 1995, resultó un éxito y se amplió a una zona de ocio (y negocio) más extensa. Y el acceso a PortCastelló ya no hubo más remedio que hacerlo por arriba.

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