Es bueno saber que hay un vestuario en Castalia que, en su gran mayoría, conserva la dignidad. Los jugadores han dado un paso. La pregunta ahora es si alguien los va a acompañar o los van a dejar solos.
La dignidad es como la virginidad: una vez se pierde es imposible recuperarla. Me pregunto a menudo si en esta ciudad queda dignidad o se decidió perderla hace demasiado. Me pregunto cómo ha conseguido uno que pasaba por allí, un don nadie, secuestrar uno de sus escasos símbolos casi centenarios. Me pregunto si la alcaldesa, que en la oposición exigía liderazgo y acción al anterior alcalde, va a hacer algo para remediarlo. Me lo pregunto en especial con todas las conexiones políticas que afloran en el expolio y su relato. Me lo pregunto porque se le necesita: a fecha de hoy y respecto al Castellón, el maltrato a la afición ha sido tan cruel y repetitivo que, víctima de la desorientación desesperada, es nuevamente carne de estafa. Dividida entre el Frente Judaico Popular y el Frente Popular de Judea, entre intenciones nobles y maquiavelos escondidos, exige algo que se podría explicar con sencillez: que los políticos de una vez hagan su trabajo.
A Frank Castelló se le tildó de marioneta demasiado pronto. «Es un señor», decían aquellos que lo habían tratado. «Es un señor bastante raro», podría decir yo ahora que lo conozco un poco, pero señor al fin y al cabo. De momento ha ido más allá que cualquiera de sus predecesores y se ha ganado el respeto de los jugadores plantando cara al sistema instalado. A una manera de hacer que benefició a muchos que fueron colaboradores y ahora ejercen de indignados. Cómo será de inútil Cruz que alguno como Calderé puede venderse como víctima en el actual escenario.
Cualquier rebelión necesita algo más que un arrebato. Si no hay un plan, no hay nada. Si no se suman los que los rodean está abocada al fracaso. Y cuando la rebelión fracasa, la respuesta suele ser represiva y desproporcionada.
