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El barrio de...

Homenaje al Castelló histórico

La abogada Carmen Félix Roig nos hace un singular recorrido por la ciudad antigua

Homenaje al Castelló histórico Carme Ripollés

Conversar con la abogado Carmen Félix Roig es retroceder al Castelló del siglo VXIII y XIX. Su retatarabuelo por parte de padre fue Nicolás Mariño y Lobera de Andrade, general con el grado de brigadier y primer gobernador civil y militar que tuvo la ciudad. El panteón de la familia Mariño quedó ubicado en la iglesia de las clarisas. Con la desamortización, el convento pasó a ser un instituto y el panteón se trasladó al cementerio. Su padre, Félix Roig, al que perdió cuando solo tenía nueve años, fue apoderado general de la Imperial Chemical Industries de Inglaterra. Aficionado al tiro de pichón, fue dos veces campeón de España en ambas modalidades y subcampeón del mundo. «En el último tiro, cuando el palomo fue a morir cayó fuera de la cancha, por eso perdió el campeonato del mundo, quedando subcampeón», recuerda Carmen Félix quien asegura que cuánto más pasa el tiempo tiene recuerdos más nítidos de su progenitor. El cómo se conocieron sus padres „su madre fue abogado y pasó por tres universidades (Madrid, Sorbona y Coímbra)„ es tan romántico como novelesco, pero esa historia de amor vela en la intimidad.

Carmen Félix vive en la calle Mayor. Su casa es una de las más antiguas de la ciudad que aún se conserva, fue construida por Luis Ros de Ursinos y Polo de Bernabé y forma parte del catálogo municipal. Frente al zaguán recuerda que el centro de Castelló (las calles Mayor „antes Camí Real„, Alloza „antes Damunt„ y Enmedio) conservan la alineación de una ciudad romana. Son las 12:00 de un jueves y Carmen Félix me afana para que vayamos a visitar la escultura de una Virgen que hay en la concatedral de Santa María, antes de que la cierren tras la celebración de la misa de once.

Para ir a la concatedral cruzamos por el pasillo del Ecce Homo donde en el año 1978 robaron los dos cuadros que había, uno con la imagen de Jesús y otro con la imagen de la Virgen María. «Una señora se ofreció a reponerlas en azulejo. Solo las plegarias son las originales», explica. Hace años, esta peculiar rúa fue protegida con puertas custodiadas por los dueños del estanco y la farmacia, encargados de abrirlas y cerrarlas, para evitar fechorías.

Y llegamos a la concatedral. Allí, postradas frente a la fachada, Carmen Félix recuerda el «valioso» papel que tuvo Evaristo de Vicente, «excelente caballero y el alma para que la concatedral se terminara», después de que fuera derribada durante la guerra. Accedemos al templo, pasamos por delante del altar de la patrona „la Mare de Déu de Lledó„ y los tres patronos, San Blas, San Roque y San Cristóbal. Y en el altar mayor, en un discreto rincón, esta Ella, la Inmaculada de Esteve Bonet. «Está en el altar mayor porque está considerada como algo especial, y lo es. Es un joya, una maravilla del siglo VXIII. Pese a su belleza no se le resalta mucho pero se le incluyó en la exposición de la Luz de las Imágenes», explica Carmen Félix. Cuando nos disponemos a salir del templo, decide parar para contemplar otra de las imágenes más bonitas. Se trata de un bastidor del siglo XIX que donó una señora. «Es una piedad, muy pequeña y guapa. Le tengo mucho cariño. Parece que nos está oyendo», comenta.

La siguiente parada es el palacio del Obispo Climent que adquirió de herencia y que está ubicado al final de la calle con el mismo nombre. A su muerte, el obispo Climent dejó como voluntad que el edificio se destinara a colegio de niños huérfanos, como así se hizo, hasta que pasó a ser una residencia de estudiantes y una guardería. «Su voluntad era que el palacio se destinara a los niños y como ahora y no puede acoger huérfanos, para respetar esa voluntad, se hizo la residencia y la guardería Enrique Odriozola», comenta.

Y seguimos andando, hacia la calle Pescador, una calle en la que vivían los pescadores que iban al Grau a afaenar. «Antiguamente, en el Grau no había casas, vivían aquí, y se iban a pie por el camino viejo del Grau, que ahora es Hermanos Bou». Cruzamos Gumbau y llegamos a la plaza Borrull, donde estaba ubicada la estación de la Panderola. «Quienes han conocido el trenecito, lo echan mucho de menos, se le recuerda con mucha nostalgia». «Por ahí iba el trenecito de la Panderola», dice Carmen Félix. Por el recorrido de la Panderola, nuestra protagonista rememora la existencia de un «teatrito» del siglo XIX que fue derribado y que, en su opinión, se podría haber conservado. «Cuando entrabas a ese teatro era como entrar en un mundo romántico decimonónico». Tampoco deja pasar la mención a la plaza de la Paz y el Teatro Principal del siglo XIX que fue restaurado.

El Real Casino Antiguo

Otro de los lugares queridos por nuestra protagonista es el Real Casino del que su tatarabuelo Félix Roig, notario del reino, fue cofundador en 1814, junto a otros caballeros y el Barón de Benicàssim, Francisco Giner y Feliu, quien acogió el primer casino en su palacio de la calle caballeros, que data del siglo XVII y del que solo se conserva el pórtico y el escudo. «Con motivo del 200 aniversario, el casino pasó a llamarse Real Casino Antiguo de Castelló», comenta.

Y la calle Barracas «creada para acoger a los supervivientes de la gran plaga de paludismo que acechó a los habitantes de Fadrell». «Ahora, esta calle a devenido en botellón», dice. En la última parte del paseo recorremos algunos de los palacios de la Castelló antigua: la casa palacio de Cardona Vives, la del barón de Benicàssim, el Conde de Pastagua y el palacio de la marquesa. Construcciones de las que poco queda debido a la falta de concienciación sobre el patrimonio que imperó en Castelló durante años. «El palacio del Conde de Pastagua estaba emplazado donde ahora está el edificio de sindicatos. Del palacio no queda nada, solo la calle lateral que lleva su nombre», apunta la abogado.

En nuestro paseo, Carmen Félix no puede dejar de visitar la iglesia de San Agustín del siglo XVII (1650), y que fue «la primera orden religiosa que estuvo en la ciudad».

Terminamos en la plaza Mayor, frente al Fadrí, levantado hace 400 años por el ayuntamiento cuyo edificio, a su vez, ha cumplido 300 años. «Un edificio de una antigua y magnífica fachada». Y allí, frente a uno de los pocos campanarios civiles, Carmen Félix cuenta la anécdota. Cuando el gobernador civil Bermúdez de Castro falleció, en su entierro, se solicitó que sonaran las campanas del Fadrí. «Murió muy pobre. Fue una persona que hizo mucho por Castelló y para que los niños de la calle tuvieran escuelas y pudieran ir a aprender a leer y escribir. Dijeron que las campanas solo sonarían por los príncipes de la Iglesia pero el alcalde contestó que las campanas son del pueblo y tocaban por quien creía procedente. Y las campanas sonaron».

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