Otro dato que nos llama la atención de esta última etapa de la vida del intérprete cuadrúpedo hacía referencia al hecho de que se había convertido en la atracción de feria de un centro para primates que exhibía su mismo nombre desglosado en las siglas del acrónimo C.H.E.E.T.A. ( Creative Habitats and Enrichment for Endagered and Theatened Apes). Según la traducción literal aquel era un «hábitat original y mejorado para simios amenazados o en peligro de extinción» y fue concebidos por un tal Dan Westfall, su fundador, para acoger en Palm Springs (California) a los congéneres sin hogar del anciano actor Jiggs Jr. Pero la fama de la compañera/o del hombre-mono servía de reclamo para las visitas a la reserva animal y de fuente principal de ingresos.

A modo de información, se publicitaba cualquier sucedido que hiciera referencia a las peripecias vitales de Chita en aquel retiro dorado. Así, un día se comunicaba que había dejado el tabaco y el güisqui, a los que tan aficionado/a era a lo largo de su dilatada carrera artística. En otra ocasión, se ponía en circulación la noticia sobre la predisposición de Jiggs Junior hacia el arte contemporáneo. Según afirmaba el mismo Dan Westfall, el chimpancé realizaba con los dedos creaciones de gran valor. Y así debía de ser, pues el cuidador vendía los cuadros de estilo abstracto o de «ape-stract art», como lo calificaba él, entre el público asistente al C.H.E.E.T.A. a precios picassianos.

El Festival de Peñíscola

En sus bodas de platino, los ecos de sociedad de la mayoría de noticieros recogían un cable en que se informaba que Jane Goodall le había entonado el happy birthday. Claro está que la primatóloga no era Marilyn Monroe, ni Jiggs Jr. era J.F.K. Aún así, fue un cumpleaños muy celebrado. Según se supo, la diabetes que padecía el simio impidió que en la fiesta se le sirviera alcohol, lo tenía prohibido, de modo que Chita hubo de conformarse con un par de cocacolas light y la tarta, donde sopló las velas, sólo portaba edulcorante. En paralelo a la efeméride, la promoción de la imagen de la mona de América que llevaba a cabo Dan Westfall prosiguió con una campaña a favor de que la star estampara su huella prensil en el Paseo de la Fama de Hollywood Boulevard junto al resto de actores. Pero no fue posible; tampoco disponían de estrella ni la mula Francis ni la perra Lasy, las otras celebritis que compartían con Chita su condición de irracionales.

No obstante, de todas las noticias que aparecían sobre ella/él la que más impacto provocó a este lado del océano se produjo en el año 2006, cuando el Festival de Cine de Comedia de Peñíscola le concedió el Premio Calabuch por su apreciable contribución al género. Antonio Trashorras, el director de este certamen en sus horas bajas, declaró: «Es una de las pocas estrellas de la edad de oro de Hollywood que sigue viva y sus escenas puramente cómicas en las películas de Tarzán han arrancado las risas de varias generaciones de espectadores». En efecto, a las pocas semanas de saltar el teletipo, Chita aparecía fotografiada con la estatuilla en forma de cohete con la palabra «Calabuch» estampada en la aeronave y una camiseta serigrafiada con este mismo motivo espacial. El galardonado Jiggs Jr, durante el tiempo que duró la ceremonia de entrega en la intimidad del asilo-reserva, sostuvo el trofeo con indolencia, como si estuviera habituado a hacerlo, y es que, por su aspecto, el artefacto se asemejaba a una banana.

La estampa, de gran hilaridad, escondía un reflejo convexo: la del simio trágico de la odisea de Kubrick, aquel que lanzaba un fémur contra la bóveda celeste y en ese vuelo se acababa transformando en un platillo volante. Quizá, la foto de Chita era la enésima representación del alfa y el omega, donde el ser primitivo, un pariente del que descendió de las copas de los árboles hace millones de años, aparecía junto al símbolo de la última conquista de la Humanidad. Pero tal vez la imagen únicamente respondiera a la vaga idea de ver realizado un deseo más provinciano: poner un pie en la Fábrica de los Sueños.

Berlanga lo hizo en 1956 cuando rodó, en Peñíscola, Calabuch, el film que daba nombre al premio que le otorgaron a Chita en América. El realizador encontró en el pueblo marinero el escenario adecuado donde situar el retiro de un veterano científico gringo que decide emprender una vida apartada de las investigaciones espaciales, lejos de su tierra. Gracias a los conocimientos de este viejo profesor, un pirotécnico autóctono perfeccionará sus cohetes de caña y, de este modo, logrará el triunfo en el concurso de fuegos artificiales que se celebra con motivo de las fiestas patronales. Nada podía aventurar el director valenciano, que también presidía el jurado del festival peñiscolano, que cincuenta años después la mona del cinema se alzaría con la estatuilla.