Por lo general, no me gustan los anglicismos, por eso, en mi xenofobia lingüística, los entrecomillo o los escribo en cursiva para que conste. Y el que encabeza esta sección aún menos, por aquello de que parece reivindicar -originalmente para la moda y, desde ya, para todo- que cualquier tiempo pasado fue mejor, y no trago. Pero el programa de Teledeporte del jueves me superó y mal disimulé una lágrima en el despacho. ¡Maldito constipado primaveral!, llegué a alegar sin que nadie me respondiera, señal inequívoca de que me pillaron en renuncio. Alguno pensará que por la edad, y puede que con razón, pero yo sostengo que por orgullo, y niego que por esa nostalgia rebautizada a la que alude el palabro invasor, porque sigo pensando que lo mejor está por llegar.

Nunca está de más recordar las virtudes de ese brillante pasado, sobre todo para solaz de las nuevas generaciones de albinegros, cuya fidelidad todavía resulta más meritoria por no haber vivido aquellas gestas, y por eso mismo también merecen conocer las anécdotas y leyendas que componen la intrahistoria. La de hoy viene a colación de ese programa que nos regaló Paco Grande, en concreto el capítulo del ascenso a Primera de 1972.

Esta Semana Santa nos invitaron a Juanito Planelles y a mí a comer en Orpesa, en casa de Gabriel Solé Villalonga, a la sazón directivo de Emilio Fabregat. Todavía eran los tiempos en que el régimen franquista imponía su autoridad en todos los ámbitos, y el presidente del Castellón consideró importante contar en su junta con algún cargo de prestigio, no en vano nuestro anfitrión era Subcomisario del Plan de Desarrollo y Procurador en Cortes, ergo habitual en los despachos ministeriales, además de notario.

Gabi, como así nos obligó a llamarle pese a sus maravillosos 87 años, nos confesó que Fabregat le hizo acudir más pronto de lo habitual el día del Mallorca en que se jugaban el ascenso y, paseando por los pasillos de la zona de vestuarios, le hizo ver que había que utilizar todas las influencias para alcanzar aquella meta, añadiendo que un hombre de su relevancia pública podría ''impresionar'' favorablemente al árbitro de turno. Dicho lo cual, abrió la puerta de la caseta del trencilla y le introdujo de un fuerte empujón.

El colegiado balear Carreira Abad y Solé Villalonga se quedaron mirando en ridículo silencio, que rompió el directivo con una banalidad: «¿Le gusta mi corbata? Fue un obsequio de Samaranch», se gustó en su desesperado intento por abrir conversación. Pero la cita apenas dio para llenar este párrafo.

Cuando el partido acabó con victoria local y el ascenso, Fabregat abrazó emocionado a su directivo y a su mujer, convencido de que su intervención había sido decisiva, cuando en realidad no pasó de interpretar un tenso diálogo de sordos, por gracioso que hoy nos parezca.

Conocida tan fascinante anécdota, terció Planelles recordando el extraño gol de Tonín, en realidad una pifia del portero no atribuible a aquella alevosa entrevista del directivo con el de negro, pero ciertamente el acta arbitral nunca reflejó la invasión del campo tras los goles y al término del partido. Un olvido mayúsculo tampoco parece que fuera.

Planelles y yo mismo decidimos invitar a Gabi y su familia a comer el día en que vuelva a estar en liza el ascenso, y seguro que si hace falta volverá a convencer al árbitro.

A por el ascenso

Ya dije antes que el día que nos resignemos a aquellos recuerdos y no luchemos por el futuro, estaremos muertos. Pero también apunté la semana pasada la necesidad de priorizar cuando el ascenso está por medio. Máxime después del estrepitoso fracaso cobrado ante dos equipos de inferior categoría, dudosa calidad y pobre presupuesto, que nos han privado de cuatro puntos fundamentales en la lucha por esa primera plaza.

Por eso obviaré las cada vez mayores dudas sobre la preparación física, los vaivenes en los planteamientos o la miserable declaración de quien puso en cuestión las decisiones de los jugadores en milésimas de segundo, cuando son ellos los que subiendo dejarán de ser una moda y pasarán a ser historia.