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Vicente Verdú llevaba apenas un par de años en Alemania cuando empezó a hacer, sin saberlo aún y «sobre la marcha», las piezas de una maqueta ferroviaria que montaría medio siglo después y que, hoy en día, con sus 12 m2 repletos de detalles, se ha convertido en todo un espectáculo en su pueblo: Museros.

El hombre, ya octogenario, emigró en 1960 desde l´Horta Nord hasta una pequeña localidad de la Selva Negra para trabajar como «fresador universal». Allí pasó 16 años y, dado que le «sobraba tiempo» porque «a las cinco de la tarde salía de la fábrica y no podía trabajar en otro sitio», decidió ocupar sus horas muertas «recortando latas de conserva con una tijeras», dándoles forma «con unos alicates» y uniéndolas «con un soldador». Así creó decenas de torres de catenaria, cableado e incluso las vías por las que debían discurrir los trenes que de pequeño nunca tuvo y siempre deseó.

Pero Vicente jamás pensó en montar una maqueta: sólo lo hacía «porque sí, improvisando sobre la marcha». De hecho, desde que en 1976 regresó a España, «nunca había vuelto a sacar las piezas de unas cajas que, año a año, envíaba a Valencia» para que sus parientes las almacenasen.

Sin embargo, en mayo de 2014 y ya con 80 años a sus espaldas, abrió uno de los envases y la fiebre ferroviaria se despertó de nuevo en él. Tanto que apenas tardó «cinco meses y medio» en levantar un paisaje en miniatura que ocupa una estancia completa de su casa y en el que no falta detalle: la iglesia alemana en la que bautizó a su hijo, una ermita y un calvario, un accidente o una zona residencial con parque infantil incluido.

Desde entonces, a Vicente le han llovido las peticiones para exponer su maqueta e incluso la propuesta municipal de que la exhiba en el Centre Cultural de Museros. Pero él se niega y dice riendo que el montaje «no sal» de casa porque, si no, su hijo (su gran motivación) «se vuelve loco».