El secretario general de los populares valencianos, Antonio Clemente, presumía la semana pasada en una rueda de prensa de que su formación había ganado 17 veces seguidas al PSPV. El comentario pudo sonar a fanfarronada, pero respondía a una realidad incuestionable: El PP es una marca de éxito difícil de batir en la Comunitat Valenciana. Con un escándalo de corrupción que ha tambaleado los cimientos del Palau de la Generalitat y ha sumido al PPCV en una de sus crisis más profundas desde el inicio de la democracia las encuestas de opinión siguen dando una clara ventaja al partido de la gaviota.

Al menos desde el punto de vista demoscópico los populares no parecen acusar el golpe de que su líder se halle a las puertas de ser juzgado por presunto delito de cohecho pasivo impropio o que un giro en el caso Gürtel acabe ampliando los delitos e imputando también a la plana mayor de los populares valencianos por sus relaciones con la trama de Correa. Delitos tan graves como el cohecho activo o el electoral sobrevuelan sobre un partido cuya militancia se mueve entre la conmoción y la irritación al ver como día sí y día no el nombre de sus principales referentes políticos aparece en los medios de comunicación salpicado por escándalos de corrupción. El caso Fabra, que tiene desde hace años contra las cuerdas al presidente de la Diputación de Castelló, y el reciente escándalo de las basuras en Alicante, que ha afectado de lleno al líder alicantino, José Joaquín Ripoll, no ha hecho sino extender una mancha que el PP valenciano tardará años en limpiar.

A nueve meses de la cita con las urnas y con la incógnita de si Génova permitirá finalmente a Francisco Camps optar a un tercer mandato, los populares han decidido dar el salto y poner en marcha su maquinaria electoral con Camps como candidato oficioso. Pero que al caer encuentren o no red no depende esta vez de si la máquina está o no bien engrasada ni de la voluntad de hierro de Francisco Camps de no ceder ante la adversidad. El curso político que los populares dieron por iniciado la noche del viernes en Teulada se juega en los tribunales. Al menos, esta premisa es aplicable al presidente de la Generalitat, quien encara su último año de legislatura pendiente de los tribunales y en un situación muy distinta a la de hace un año.

En septiembre de 2009, con el escándalo Gürtel apagado después de que el Tribunal Superior de Justicia de la Comunitat Valenciana diera carpetazo al caso de los trajes, Camps logró traer a Mariano Rajoy a la plaza de toros de Valencia y que éste le regalara una frase de apoyo sin condiciones: «Siempre estaré detrás de ti, delante o al lado, Paco», dijo Rajoy. Un año después , el presidente nacional del PP huye de compartir foto con el jefe del Consell —aunque ha dicho ya que será el candidato— y elude poner la fecha de su proclamación formal. «La pregunta no es si será o no proclamado candidato sino cuándo se le desproclamará», comentaba a este diario un destacado dirigente popular, convencido de que Génova actuará en función de cómo evolucione la rama valenciana del caso Gürtel. Una eventual ampliación de delitos —el juez Flors tiene pendiente de decidir si sigue adelante con la pieza separada que le ha remitido el juez Pedreira desde Madrid que aumenta el número de imputaciones e imputados — e incluso una condena por cohecho impropio sería, según las fuentes consultadas, determinante para que Génova pusiera patas para arriba el PP valenciano con un cambio de aspirante.

De ahí que la dirección nacional esté ganando tiempo y haya congelado la proclamación de candidatos en espera de conocer las primeras decisiones del juez instructor José Flors, que se esperan para la vuelta de vacaciones. En medios judiciales se da por hecho que Flors dictará apertura de juicio por la causa de los trajes en el mes de octubre. Si este escenario es una línea roja para la dirección nacional está por ver ya que el PP ya ha ido preparando el terreno para minimizar la gravedad de una condena por haber aceptado regalos. Con todo, la cruz de una precampaña con Camps en el banquillo es para las fuentes consultadas muy difícil de sobrellevar.

Pero si el panorama ha cambiado para Camps en el último año más lo ha hecho si el punto de mira se fija en el momento anterior a que estallara el caso Gürtel. El jefe del Consell era considerado un referente a nivel nacional, el barón regional en el que se apoyó Rajoy en sus momentos más difíciles e incluso su nombre figuraba en las quinielas como futuro presidenciable para la Moncloa. Hoy, al margen de las expectativas electorales de 2011, la imagen de Camps se ha desgastado y la mayoría da por amortizada su carrera política. El jefe del Consell ha acusado anímicamente el golpe y, algunas personas de su entorno, sostienen que está decidido a lavar su imagen en las urnas para después preparar su retirada.

Sea como fuera y aun en el mejor de los escenarios judiciales, al jefe del Consell le espera un curso y una campaña electoral especialmente dura. Su agenda política en los últimos tiempos ha estado marcada por Gürtel hasta el punto de que ha construido en torno suyo una burbuja que lo aisla de los periodistas y de la calle. Aunque a raiz de que el pasado mes de mayo el Supremo reabriera el caso de los trajes, su entorno ha tratado de romper esa imagen de aislamiento con más comparecencias públicas, el Camps de 2010 está muy lejos de aquel joven aspirante que en su primera campaña electoral escaló la cima del Penyagolosa rodeado de periodistas. La campaña le obligará a pisar la calle donde estará expuesto a las muestras de afecto de los ciudadanos —su entorno asegura que son muchas— pero también a las increpaciones y a las acusaciones de corrupto, como ocurrió el viernes en la cena de Teulada.

Sacudirse de encima la imagen de un Gobierno paralizado es otro de los retos que Camps tiene por delante con el inconveniente de que las arcas autonómicas se encuentran en una situación crítica. Los problemas de tesorería y el tijeretazo a las cuentas públicas vaticinan un otoño caliente. De hecho, tras un verano cargado de protestas de colectivos como los bomberos, los músicos o los dependientes —que han sufrido en carnes el zarpazo presupuestario— el Consell ha vuelto de vacaciones tratando de evitar que la olla a presión de quienes esperan cobrar de la Generalitat no le estalle en la cara.

Zapatero, su mejor aliado

El presidente del Gobierno, José Luis Rodriguez Zapatero, seguirá siendo este curso político el principal aliado de los populares valencianos. Camps y su equipo han logrado consolidar un discurso basado en el agravio comparativo, de tal manera que el mensaje de que Zapatero discrimina a la Comunitat Valenciana ha calado, según las encuestas, en la ciudadanía. De hecho, es una de las claves para entender la hegemonía del PP. La faceta de un Consell en permanente oposición al Gobierno central es una mina para el PP que se intensificará si cabe más los próximos meses: financiación, agua, seguridad infraestructuras, junto con cualquier otro asunto susceptible de reivindicar a Madrid, seguirán siendo referencias ineludibles en el discurso popular. Camps ya ha planteado que los votos en Valencia serán el pasaporte de Rajoy en su tercer intento de llegar a la Moncloa.