El ficus del Parterre tiene mal color de hoja. En siglo y medio ha sobrevivido a guerras y a la riada del 57. Gürtel le supera. 685 días, 16.440 horas y 117.000 parados después de las dos representaciones de la tragicomedia de los trajes —con Francisco Camps de actor principal—, el Palacio de Justicia acogía el estreno de la función sobre el extraño caso de la anunciación al Ángel Luna y posterior desaparición de un sobre. Un sobre con informe sobre sobres con billetes de 500 en comisiones por un enredo con constructoras y patrimoniales que cobraron por colocar pantallas o firmas audiovisuales que facturaron servicios de seguridad. Tres millones de euros para la otra familia del V encuentro con Benedicto XVI.

«Había interés en saber los gastos de la visita del Papa...», razonó el letrado del PP, Jorge Carbó, en una pregunta al testigo Jorge Alarte. «Cíñase al tema», llamó al orden Pilar de la Oliva. «Es que estoy introduciendo...». «Pues no introduzca», retrucó la jefa del TSJ como mandándole a hacer puñetas de encaje como las que lucen los juristas. El contenido de la vista de ayer era el continente versionado por Ionesco. Tres horas de teatro del absurdo.

A la puerta del TSJ, sólo el cuarto poder esperaba la llegada representantes del primero, por el PSPV. Quique y Javier, empleados de la gasolinera de la glorieta, miraban de lejos a los periodistas como pensando ¿y estos y las moscas, que función tienen en el mundo? A las 10,04 asomó una treintena de socialistas que, comandados por Luna y Alarte, avanzaba como los intocables de Eliot Ness. Con paso firme hacia los veinte cámaras apostados en doble fila, como los futbolistas en esas fotos de posado que acaban donde el informe de Luna, desaparecidas en el cosmos. El traje a raya diplomática del ex rector Francisco Toledo y el vestido rojo pasión de la diputada Tirado daban el aire años 20 a la comitiva. Alarte y Luna lucían sobrias americanas.

Ni el cartesiano Gregorio Martín (catedrático de computación) se libró del caos de redactores y diputados que enfiló el pórtico. Sesenta elegidos atiborraron la sala de vistas tamaño habitación del niño, mientras 50 periodistas y compañeros del «reo» Luna acamparon en un salón habilitado para seguir el espectáculo a través de una pantalla de 29 pulgadas. Ridícula, comparada con las de Teconsa en la visita papal. Luna estaba en primera fila, con su hijo Aitor y su esposa, y no en el banquillo, cuando entraron los gráficos. Un detalle del TSJ. En el otro escenario, los periodistas ataban las «alcachofas» de radio al bafle.

«¿Se llama usted Ángel Luna? Póngase en pie», ordenó De la Oliva en la sala noble. Por el circuito interno se oía apenas a la secretaria judicial leyendo la cartilla a Luna, «responsable criminal...». A las 10,54, llegaron a Marte noticias del exterior. El juez Flors había convocado la audiencia preliminar previa a juzgar a Camps por los trajes. La parroquia socialista lo recibió como el gol de otro campo que te da la liga. «¿Son socialistas?», preguntó la madre del letrado del PP con prodigioso olfato político. Luna le admitió a Carbó haber puesto gusanillo y tapas al informe. No supo cuándo le perdió el rastro porque, cuando lo tuvo en formato digital al levantarse el secreto sumarial, perdió interés por el papel. La prensa escrita conoce el fenómeno.

Las intervenciones se hicieron mirando a cámara. TVE servía la señal. El gerente del PSPV, Francisco Martínez fue de testigo. «¿Conoce al acusador Rafael Blasco...», preguntó De la Oliva. «No». Martínez lleva toda la vida en el partido que catapultó a Blasco, pero no quiso ser pretencioso. ¿Qué quiere decir conocer a alguien? ¿Quién sabe si el del tercero A es un psicópata?

Alarte fue el cuarto testigo. En cinco minutos colocó los conceptos «corrupción», «mucha», «variada», «Comunitat Valenciana», «Brugal» y «Gürtel». «¿Se llama usted...?», preguntó De la Oliva. «Jorge Alarte Gorbe», aclaró. Definitivamente, le falta proyección pública.

Un tipo duro de corazón tierno

Antes de que el letrado de la defensa, Virgilio Latorre, pidiera condena en costas para la acusación, habló el teniente fiscal Gonzalo López Ebri, como un «sheriff» con estrella en la toga. Debutó en el TSJ con parabienes a los magistrados. Pero el protocolo no les dura un suspiro a los tipos duros. De los de antes. De los de corazón tierno, como el jubilado Kowalski que bordó Clint Eastwood en «Gran Torino».

A falta de mecedora en el porche, ladeaba el cuerpo sobre la silla móvil, mientras mascaba un atronador discurso con el que cosió a palos a las partes, sin perder el hilo. No está claro que haya delito porque no se sabe si el que birló el informe era funcionario, ni si fue cuando ya era secreto de sumario, dijo. Y si hubiera cuerpo del delito no es comparable a la droga que se echa al inodoro, ni a deshacerse de un cadáver en un acantilado. ¿Acaso un encubridor exhibe el cadáver ante 99 [diputados] personas?

La imagen de aquel hombre se agrandó en la tele de 29 pulgadas ante los seguidores de Luna, que aplaudían aquel «bienaventurados los perseguidos por la justicia porque de ellos es el reino de los cielos», en versión leguleya. A las 13,30, De la Oliva decretó el «visto para sentencia». Un podéis ir en paz que sonó a victoria en filas socialistas.