La Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) declaró el miércoles pasado el estado de hambruna en dos regiones de Somalia, Bakool y el Bajo Shabelle. Esto quiere decir que «cientos de personas mueren a diario [de hambre y malnutrición]», según advirtió el director-general de la FAO, Jacques Diouf. «Debemos de evitar una tragedia humanitaria de enormes proporciones», añadió Diouf. En los próximos meses se preve que la hambruna llegue a todo el país como ya ha hecho en todo el cuerno de África.

Esta noticia no es nueva. En la actualidad mueren de hambre 41.000 personas al día. 1.000 millones la sufren. Sin embargo, ¿no hay ninguna solución para este dramático problema? «Sí hay, y más de una». Al menos, así lo defendió ayer en Quart de Poblet Jose Esquinas, ex secretario de la Comisión Intergubernamental de Recursos Genéticos para la Agricultura y la Alimentación de la FAO, hasta 2007, y actual director de la Cátedra de Estudios sobre Hambre y Pobreza de la Universidad de Córdoba, en una entrevista concedida a este periódico minutos antes de impartir una conferencia sobre «La importancia de la conservación de las variedades locales, el peligro de las pérdidas de biodiversidad y de la erosión genética».

Esquinas fue claro: «Hay alimentos más que suficientes en el mundo para hacer frente a las necesidades nutritivas de toda la humanidad», a lo que añadió: «El problema no es solo de producción sino de acceso a los alimentos».

Por ello, para este especialista la clave no está en que se aumente la producción «a tontas y a locas», ya que sería contraproducente: «En la actualidad hay fondos de inversión y empresas que mantienen alimentos guardados en almacenes con el objetivo de que los precios se mantengan altos, aunque la gente pase hambre y los alimentos se pudran». Por esta razón, donde tiene que aumentar la producción es en los países con problemas de abastecimiento alimentario.

Sin embargo, este impulso a la producción no puede pasar por destruir la biodiversidad, como está pasando, según explica Esquinas, sino por «recuperar los cultivos autóctonos de estas tierras». La FAO explica en un estudio que no hace tanto la humanidad utilizaba para alimentarse 8.000 variedades agrícolas; hoy, apenas se superan las 150, de las cuales, cuatro (el arroz, el maíz, el trigo y la patata) «dominan casi en exclusiva la alimentación mundial», apuntó Esquinas. Para el catedrático esto es fruto de la colonización de los países desarrollados. «La ocupación militar pasó, incluso la política y la económica en algunos países también. Sin embargo, la cultural persiste».

El exsecretario afirma que antes de la colonización el trigo no era ni cultivado ni consumido en la zona andina de América del Sur. Ahora, por el contrario, todo el mundo come pan: «Antes de la llegada de los españoles los indígenas tenían sus propios cultivos como el amaranto, oca, yuco, yaquino, etc.., los llamados ´cultivos de los pobres´, que fueron prohibidos por la iglesia al considerarlos paganos».

Esquinas defendió la importancia de la investigación e incentivación de estos cultivos porque en las zonas andinas, en el caso del trigo, la productividad es mucho más baja que en los países enriquecidos. Por ello, la mayoría de las veces los países en desarrollo se ven obligados a comprar comida del exterior para hacer frente a las necesidades alimentarias cuando «podrían cultivar la suya propia, la que siempre perteneció a estas tierras, y recuperar así su soberanía alimentaria», explicó el experto.

La pérdida de la soberanía alimentaria es otro punto en el que profundizó Esquinas. A su juicio, los países más afectados por el hambre como Somalia gastan el 80 % o 70 % de sus rentas en la adquisición de alimentos mientras que en Europa el porcentaje ronda el 15 %. La razón: los alimentos demandados no pueden ser producidos y tiene que ser importado por lo que cualquier variación en el precio del trigo o del maíz —como pasó en 2008 por el aumento de la demanda—, la larga sequía sufrida y la aparición de los biocombustibles, pueden crear una crisis alimentaria insalvable.

No obstante, para que los países más débiles puedan volver a cultivar necesitan recuperar el dominio de sus tierras. «Cuando los países pobres fueron llevados a cultivar un único producto en beneficio de la metrópoli, los pequeños agricultores vendieron sus tierras a las multinacionales con el fin de unificarlas para ser más eficientes. Ahora, se ven si nada, ni tierras ni alimentos». Muchos países se han hundido cuando al apostar por un solo producto y éste caer en picado en los mercados de futuros.

De esta situación se desprenden varias consecuencias: la fragilidad visible de los más débiles a los vaivenes de los mercados, la imposibilidad de decidir en sus propias tierras para recuperar su soberanía alimentaria y el debilitamiento de una población cada vez peor alimentada. Todo ello, según Esquinas, solo se puede solucionar si hay una voluntad política clara que se enfrente a los intereses económicos. Al mismo tiempo, este cambio de mentalidad debe estar acompañado por «la combinación de los ´cultivos de los pobres´ con las nuevas tecnologías y los beneficios de la globalización», concluye.