Javier Guillem es uno de los hombres que más sabe en España de derecho mercantil aplicado a la bioinvestigación y en su último libro plantea la necesidad de refundar el sistema científico para abrir más el abanico de la investigación.

En su libro habla de la protección jurídica de invenciones biotecnológicas. ¿A qué se refiere con «invenciones biotecnológicas»?

Es un sector de la economía que abarca del 1,24 al 1,39% del PIB de la Unión Europea, por lo que se trata de un sector muy importante que afecta a todos los sectores económicos tradicionales: a la agricultura, que se moderniza con las investigaciones sobre transgénicos, a la industria... Es un sector que está llamado a ser la salida de la crisis porque tiene mucho valor añadido. Cuando hablamos de invención, vamos más allá del simple descubrimiento: se trata de una novedad susceptible de aplicación industrial y ejecutable que se protege mediante las patentes. Cuando es una invención biotecnológica, se trabaja en el ámbito del genoma. Los científicos trabajan con ello, por ejemplo en la medicina. Hoy en día es uno de los sectores punteros.

¿Por qué el libro puede ser de actualidad?

Porque creo que estamos en un momento en que el sistema de protección de las patentes, que es un derecho de propiedad sobre lo que inventas, está muy pensado en un determinado tipo de producto y procedimiento que nació con la Revolución Industrial y que ahora está anticuado. Ahora hablamos de grupos de investigación, en distintas ciudades que trabajan con la misma información. Europa busca que se creen sinergias de investigación. Se cambia por tanto de perspectiva de las reglas: tiene que haber más confianza y menos exclusividad. Si te tengo que pagar para poder trabajar en algo en lo que tú estés trabajando a lo mejor me lo pienso. Los científicos tienen que aprender a compartir sus descubrimientos.

Pero se trata de un sector bastante celoso de sus propios descubrimientos.

Sí, pero son ellos mismos los que han puesto de manifiesto esta necesidad porque se han visto limitados. También se ha producido esta evolución en las negociaciones internacionales, porque en la Organización Mundial del Comercio ya se permite hacer genéricos para los países en vías de desarrollo sin tener que pagar a las grandes faramacéuticas. A nivel académico se plantea que el número de licencias obligatorias sea mayor para que haya más posibilidad de que más gente ande por donde tú has andado. Se plantea que como en EE UU haya una protección prerregistral de la patente. Esto ya existe en Europa con el diseño comunitario. Es decir, tu prioridad sobre un diseño se extiende un tiempo previo al registro de la patente. Esto se podría aplicar a los descubrimientos biotecnológicos. Eso generaría mayor dinamismo y mayor tranquilidad. Es un discurso difícil de fomentar entre los científicos.

Hay que combinar ambos modelos, entonces, el de las patentes y el colaborativo.

Sí, por así decirlo, pero el problema está en que cuando registras una patente nadie te obliga a que tengas que dejarla salvo en determinadas ocasiones. Habría que ampliar ese listado de situaciones obligatorias en que la tienes que prestar. También hay que vigilar desde el derecho «antitrust», como se vigilan los precios de las gasolineras, porque en el precio de explotación de las patentes muchas veces está el quid de la cuestión.

¿Les interesa a las farmacéuticas económicamente entrar en este nuevo sistema?

Sí, creo que sí, hay ejemplos. Me consta que hay vacunas con licencias abiertas: la farmacéutica pacta que para los europeos tengan un precio y para los países en vías de desarrollo otro, de tal manera que a la farmacéutica le sale rentable el progreso, la investigación, la imagen que da... y el investigador se siente realizado en su investigación y apoyado en su excelencia.

De todos los sectores económicos de los que ha hablado, ¿cuál cree que necesita más protección?

En Europa tenemos claro cómo es la cuestión de patentabilidad de lo vivo, porque igual que Cristóbal Colón no se pudo quedar América cuando la descubrió, el investigador que con un microscopio descubre una secuencia del genoma no se la puede quedar para él. En el ámbito de la producción vegetal siempre ha habido una excepción para el agricultor. En la huerta de Valencia siempre ha sido tradicional seleccionar las pepitas del mejor melón para plantarlas al año que viene. Tiene que haber una excepción que tenga en cuenta la biodiversidad y que los agricultores que quieren cosechar mediante método tradicional puedan hacerlo. Hay un caso de un apicultor que tuvo que pasar por el mismo procedimiento que las grandes empresas cuando quieren registrar sus productos transgénicos porque cerca de sus paneles había un campo de vegetales transgénicos y se detectó en la miel trazas de material genéticamente modificado. Eso ha de terminar.