El catedrático de Historia del Pensamiento Económico de la Universitat de València, estrecho colaborador de Ernest Lluch y exconseller de Obras Públicas con el Consell socialista, Vicent Llombart, acaba de publicar «Jovellanos, el otoño de las luces» (Trea). El libro propone un matizado retrato del ilustrado asturiano.

¿Jovellanos como paradigma de la gran crisis de la Ilustración española?

En parte sí, porque sufre esa crisis. Ahora bien, eso no le impide seguir hasta el final con su reflexión, hasta 1811, aunque en un ambiente adverso. Con las Cortes de Cádiz tuvo que adaptar las ideas a un ambiente inesperado.

Hay en él una crítica del Antiguo Régimen, pero tampoco se adapta a los nuevos tiempos que surgen de la Revolución francesa.

Desea una transformación paulatina del Antiguo Régimen. Tuvo sus dudas con la Revolución francesa, pero a partir de Robespierre y el terror se distancia. Consideraba que había que saber hacia dónde se quiere ir, pero, también, desde dónde se parte; es una idea bonita que refleja su «gradualismo».

Marx define a Jovellanos como «un reformista bienintencionado que, por excesivo reparo a los medios a emplear, jamás se habría atrevido a llevar las cosas hasta el fin».

No lo comparto. Marx lo trata con cuidado y dice, también, que es un amigo del pueblo. La idea genérica de Jovellanos es que el progreso llega mediante la reforma. En los años 60 y 70, en los que hubo mayor peso marxista, se veía como algo retrógrado. Hoy día hemos afinado más y ya no lo vemos así.

Jovellanos se ha convertido casi en un género literario.

Sí, es el gran personaje español de la Ilustración y del XVIII; un poco más que Feijoo. Ejerció en muchos campos y, además, era un literato, un poeta. Quizás escribió sobre demasiadas cosas.

El segundo de los retratos que pintó Goya de Jovellanos, en 1798, permanece como imagen de fondo de su libro. ¿Por qué?

Creo que es así, y que Goya dio una visión de Jovellanos en complicidad con éste. Es más, pienso que hasta podían cambiar los papeles el retratado y el retratista, como dice también mi amigo Jaime Herrero.

Podría ser, perfectamente, un autorretrato de Goya.

Sí, responde a la crisis general de ese momento, la de 1798. Jovellanos no está melancólico, como se dice casi siempre, sino que está abatido. Lo acaban de nombrar hace poco ministro, pero está con la cabeza caída y un codo sobre un expediente, como si viera la inutilidad de la acción gubernamental.

Tenía ese ángulo también prerromántico.

Ofrece, en efecto, ese lado prerromántico, como se ve en algunos de los estudios que hizo sobre la naturaleza. Era una persona extraordinariamente sensible.

Usted subraya, contra otras opiniones, que Jovellanos no fue un liberal, ni en economía, ni en política. Afirma que fue, más bien, un liberalizador.

Exactamente. Hay muchos liberalismos, aunque su doctrina se puede resumir como una reducción del papel del Estado y dejar libre la iniciativa privada, la «mano invisible». Jovellanos no es un liberal. Quería una educación pública y gratuita; en economía alternaba liberalización con intervencionismo.

No quería prescindir de la gran palanca del Estado.

Quería un gobierno ilustrado, pero no lo encontraba. Tampoco en política es un liberal. Él viene de la corriente ilustrada de Floridablanca, Campomanes y Olavide, sólo que la actualiza. Lo que ocurre es que tras su fallecimiento, en 1811, las Cortes de Cádiz lo nombran «benemérito de la patria». Y aparecen las primeras biografías, sobre todo la de Isidoro Antillón, gran liberal, que presenta a Jovellanos como un liberal. Tampoco es un epígono de Adam Smith.

En el libro, usted insiste en las diferencias entre uno y otro.

Leyó a Adam Smith, pero hizo su principal lectura dos años después de redactar el «Informe de la ley Agraria». Sintonizaba con Adam Smith en algunas cosas, como con otros autores, pero en otras muchas no.

¿Se puede hablar de una escuela de economía española a partir de ese eclecticismo?

Una escuela tiene que tener un jefe, una doctrina compartida... Sí que hay un pensamiento económico moderado, atemperado, ecléctico. Es una tradición que se mantiene en España en el XIX y hasta el siglo XX.

¿El fracaso de la Ilustración española y de su proyecto contribuyó a difuminar esa tradición?

Es posible, aunque yo creo que el proyecto de Jovellanos no fracasó. Y por una razón sencilla: es que no se aplicó; quedó pendiente.

¿Esa cierta ambigüedad en la que se mueve Jovellanos es lo que permite que sea reivindicado igual por la derecha que por la izquierda?

Es ambiguo en ciertos aspectos, pero es que estaba ahí la Inquisición. Es una ambigüedad calculada. Y escribió tanto, aunque publicó poco, que hay materia para coger de un lado y de otro.

En 2011 se conmemoró el bicentenario del fallecimiento de Jovellanos. ¿Qué queda vivo de su pensamiento?

En el congreso internacional hubo aportaciones de interés. Seguirá siendo figura debatida e interpretada; esperemos que con anteojos limpios. Tiene interés histórico y actual, como guía o faro. La base de su programa tiene vigencia.

¿Nuestros gobernantes han perdido la idea de felicidad del pueblo que defendió Jovellanos?

Sí, la han abandonado. El Partido Socialista tomó unos años la idea, pero la dejó después. Aumenta la riqueza y no la felicidad.