Cuando Antonio Muñoz Molina fue director del Instituto Cervantes en Nueva York (entre 2004 y 2006) tuvo tiempo para ser testigo y ver cómo muchas administraciones públicas de España, incluidas algunas autonomías así como grandes corporaciones e instituciones privadas, derrochaban dinero a espuertas organizando y promocionando actos en esta ciudad. Al novelista y autor de ensayos, que acaba de publicar Todo lo que era sólido (Seix Barral), le sorprendió especialmente una de las visitas: la del expresidente de la Generalitat Valenciana.

Francisco Camps visitó la capital de los rascacielos para promocionar la Ciudad de las Artes y las Ciencias de Valencia en un auditorio de ciento cuarenta plazas, «ocupadas en su mayoría por el propio séquito del entonces presidente del Ejecutivo autonómico». «Ni el presidente del Gobierno se había hecho anunciar con semejante pompa. Los pasillos estrechos y el pequeño jardín del Cervantes se vieron de pronto inundados por una multitud de altos cargos que salían al mismo tiempo de una hilera de coches oficiales y vestían trajes idénticos azul marino, se abrochaban con un gesto el botón intermedio de la chaqueta y hablaban por teléfonos móviles. Fotógrafos y cámaras rodeaban al president (...)», se sorprende Muñoz Molina.

El presidente de la Comunitat Valenciana asistía a las explicaciones distraído y benévolo, lanzando rápidas miradas a su alrededor, mirando el reloj, haciendo gestos a su jefe de protocolo y a sus ayudantes. Lo que inquietaba a Camps durante su visita era la ausencia de Plácido Domingo. Ausencia que se sumaba a la del arquitecto Santiago Calatrava: «Santiago se ha disculpado. No está en Nueva York». Estaba previsto que el conocido tenor „al que todos los asistentes llamaban por el nombre de pila„ participara en la presentación, «pero Plácido no aparecía y sin Plácido no se podía empezar», puntualiza en director del Cervantes. «Empezó a sonar un móvil y era el del presidente. Contestó de inmediato, dejándome con la palabra en la boca. Por el momento el silencio del séquito reveló la esperanza común de que la llamada fuera de Plácido», comenta Muñoz Molina en el citado libro. Finalmente, el acto comenzó sin el invitado principal cuando ya no se pudo retrasar más. Sin embargo, después de mucha tensión y nerviosismo, Camps pudo ver cumplido su deseo de fotografiarse junto al cantante de ópera que entró en el salón de actos en mitad de la exposición. «Se encendieron las luces. Plácido Domingo, corpulento y jovial, hizo entrada en el pequeño auditorio. Delante de las cámaras de televisión y de los fotógrafos el presidente y él se fundieron en una gran abrazo, mientras el séquito valenciano aplaudía puesto en pie», relata el autor.

El «magnate» Bañuelos

Otro episodio que sorprendió al exdirector del Instituto Cervantes de Nueva York fue su encuentro con el promotor Enrique Bañuelos en 2006, en pleno apogeo de la burbuja inmobiliaria. «Mil chalets en Alicante, a un millón limpio de beneficio cada uno, mil millones», le decía el promotor que planeaba desembarcar en la gran ciudad y se jactaba de lo mucho que ganaba en España. Muñoz Molina describe a Bañuelos como uno de esos «hombres de mucho nervio y poca estatura que se hinchan al hablar. Consultaba su reloj de oro y cada pocos segundos miraba de soslayo la pantalla del BlackBerry. Ganar dinero era tan fácil como esas multiplicaciones que consisten en añadir ceros. Al sacar la mano derecha del bolsillo para mirar el teléfono mostraba una esclava de oro. Estrechan la mano y apartan rápido la mirada por temor a perderse a alguien más importante (...)».

El encuentro tuvo lugar en 2006, un momento feliz para el magnate valenciano. Su empresa se había revalorizado un 456 % en los últimos meses y tenía un valor en bolsa de 5.100 millones de euros. Según recuerda el escritor, Bañuelos le expresó sus ánsias por construir rascacielos emblemáticos en Nueva York, San Francisco, Shanghái, Hong Kong y Singapur y le explicó cómo su fundación ya tenía sedes en cada una de estas ciudades. «La palabra "emblemático" era una de sus preferidas. La exhibía igual que el número de sus chalets recién construidos o el traje a medida que empaquetaba su pequeña figura como un objeto de lujo». Muñoz Molina no puede contenerse y narra los faustos montados en septiembre de 2006 por el empresario saguntino con motivo de la presentación de su fundación en la Gran Manzana. Como contó Levante-EMV, Bañuelos organizó una paella en Central Park para 20.000 personas.