Eran las tres y media de la tarde del 24 de febrero de 2009 cuando el cuerpo de Sor Úrsula Micaela salió por primera vez del Convento de las Capuchinas desde 1703, año en el que murió en el interior de este recinto a la edad de 74 años. Ese día y a esa hora, una ambulancia camuflada trasladaba a «la monja incorrupta» al Hospital General de Alicante para empezar el primer y único examen forense que se ha hecho de su cadáver, en buen estado de conservación más de 300 años después, fruto de un proceso de momificación natural que ha mantenido su cuerpo incorrupto pese al paso de los años.

Dos hermanas del convento acompañaron al equipo médico en todo momento, tanto en la ambulancia como en los trabajos de escáner. Una de ellas sujetó en el trayecto la mano izquierda de sor Úrsula envuelta en un pañuelo. Un devoto se la cortó cuando ya había muerto al ver su cadáver por la calle durante una profanación.

El buen estado de conservación del cuerpo rodea de misterio a esta monjita de algo más de un metro y cuarenta centímetros que marchó de Murcia a Alicante para fundar el convento de las Monjas Clarisas Capuchinas, que escribió en sus diarios que tenía visiones místicas y que conserva su cuerpo momificado como Santa Teresa de Ávila o los Papas «incorruptos» y cuyas «dotes proféticas» fueron destacadas en sus propios manuscritos.

El primer estudio forense despeja el misterio de esa momificación tan repetida en los llamados Santos y explica que la religiosa falleció bajo un clima que puede desarrollar estos procesos, como la sequedad y el calor. Revela este estudio que la monja estuvo desnutrida y deshidratada durante los últimos años de su vida fruto de una enfermedad periodontal y de problemas bucales que le hacían vomitar lo que comía y bebía, algo que favorece también la momificación de los cadáveres debido a la falta de agua.

Estas son algunas de las conclusiones a las que llega el primer estudio antropológico forense de Sor Úrsula Micaela, recogido en un libro publicado por la Universidad de Alicante y cuyo autor, Fernando Rodes, califica como un trabajo «interesante» que ha sido capaz de corroborar episodios escritos sobre la vida de Sor Úrsula a través de un método científico, además de revelar otros secretos. El trabajo, desde que se realizó el TAC al cadáver hasta que se aunaron las conclusiones y datos biográficos, ha necesitado cuatro años.

La primera parte de la publicación se adentra en la vida de la monja, donde se reproducen sus escritos -que aún pueden contemplarse en el convento de Alicante- así como otros episodios descritos en crónicas contemporáneas. En esta parte, el libro revela una mujer débil con una vida marcadamente mística que sufría por los demás hasta dolerle el corazón.

La vida de Sor Úrsula refleja «profecías» como el desbordamiento del Segura en Murcia o cambios políticos en Alicante. Expone al lector ante la vocación de una monja cuando escucha la llamada de Dios y muestra un Alicante de principios del siglo XVIII cargado de ignorancias ante la enfermedad y las desgracias. La monja se aquejó durante años de la quemazón de sus llagas y del dolor de la enfermedad. El estudio forense ha permitido conocer que sor Úrsula padecía una profunda caries y una fístula en la mandíbula.

Aunque el informe no puede certificar la causa de su muerte, sí ha podido discernir que padecía una enfermedad periodontal crónica de carácter moderado.

El estudio cita grandes monumentos locales como la Concatedral de San Nicolás que era epicentro de los actos religiosos más importantes. Allí llegó, precisamente, la expedición con la que iba sor Úrsula en el carruaje que la trasladó desde Murcia hasta Alicante. Los datos biográficos descubren que las honras le llegaron en Alicante como fundadora del convento de las Capuchinas. Tras morir en 1703, relatan las crónicas contemporáneas que su cuerpo sufrió dos profanaciones. La primera en 1706 durante la Guerra de Sucesión. Las tropas inglesas ocuparon la ciudad de Alicante y cometieron todo tipo de actos vandálicos y sacrilegios, entre ellos la profanación del cuerpo de la monja, a la que desenterraron y arrastraron con una soga atada al cuello por la Iglesia y las calles.