Fernando Martínez García-Ordóñez, doctor arquitecto, ha fallecido en Valencia a los 93 años tras una fecunda vida profesional. Más conocido seguramente por las siglas de su despacho profesional (GO-DB) y por haber sido uno de los artífices del Plan Sur, García-Ordóñez se distinguió por su capacidad de liderazgo y por un entusiasmo nada común por la arquitectura.

Lleno de genio e inventiva, volcó sus dotes en la tierra valenciana desde su llegada en mayo de 1957 -pocos meses antes de la gran riada- con el compromiso fuerte del encargo recibido por Pedro Bidagor («allí está todo por hacer», le había llegado a decir el entonces director general de Urbanismo). Le traía también a esta tierra el hecho de ser fiel Numerario del Opus Dei, para impulsar el rodaje del Colegio Mayor Universitario de La Alameda, recién comenzada su andadura. Suyos son, entre otros muchos, los proyectos de la escuela-jardín Guadalaviar (1958), el Plan de Adaptación de Valencia de 1959, la iglesia de Nuestra Señora de Loreto en Xàbia (1967) o el complejo de Nuevo Centro (1982).

Conocí a Fernando hace ahora justo diez años, en 2005. Un amigo me dio sus señas y pude visitarle en su despacho en la calle de Colón, la misma oficina donde se había instalado en 1960. Recuerdo también su ofrecimiento literal cuando le propuse compartir una de sus salas: «por supuesto, tú aprovecha los días de vida que me queden para instalarte aquí». La convivencia con García-Ordóñez me reveló un personaje generoso e inagotable, que apuraba su pasión por la arquitectura con un buen humor y una originalidad encomiables. Todos los que lo conocieron a lo largo de su vida coincidirán en subrayar su gran personalidad y carisma, unidas a una indudable cualificación (hablaba, entre otros idiomas, un fluido inglés). Esta síntesis le hizo ser un adelantado de su tiempo: pionero en la implantación de modelos empresariales de arquitectura (cuyo reflejo construido son los pabellones que diseñó para su estudio en El Puig), precursor de estrategias metodológicas (como las empleadas para uno de los primeros polígonos industriales de España, el de Vara de Quart), y visionario de la prefabricación (sus viviendas experimentales en Campanar, todavía en pie y adjudicadas en su día a trabajadores de GO-DB, cuyo sistema permitía el montaje de una unidad cada 5 horas).

Asturiano de nacimiento, García-Ordóñez se construyó a sí mismo, compaginando trabajo y estudios en Madrid debido a las dificultades económicas familiares (por el fallecimiento de su padre). Logró salir adelante para dar finalmente lo mejor de sí en y por la ciudad de Valencia. Aquí aplicó sus variados conocimientos -fruto de sus viajes por Europa, Estados Unidos y África-, ofreciendo siempre soluciones originales y llenas de creatividad.

Su abundante legado arquitectónico fue al fin reconocido públicamente en 2007, cuando recibió la distinción de Mestre Valencià d'Arquitectura otorgada por el Colegio Oficial de Arquitectos de la Comunitat Valenciana. Mucho antes ya había recibido la Medalla de la Gratitud de Valencia (1961) o el nombramiento como Académico de Número de la muy querida por él Real Academia de Bellas Artes de San Carlos (1974). Pero pienso que, más allá del reconocimiento profesional que cosechó en vida, Fernando será siempre inolvidable por su faceta humana, por esa sonrisa juvenil y generosa que sostuvo hasta el último momento. Descanse en paz.