C omo maestra de Pedagogía Terapéutica me gustaría contribuir a hacer visible una realidad que afecta a una parte significativa del alumnado. Una realidad que parece estar aceptada, pero sobre la cual pesa todavía falta de credibilidad, información y cierta implicación. En la última década, el controvertido tema del Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH) es ya un clásico en algunos de los debates que se han generado sobre Educación.

Yo lo concibo como una «herida» que recibe constantes y distintos diagnósticos pero que no acaban con ella y con sus efectos dañinos. Si simplemente encontráramos entre todos un modo de contrarrestar el sufrimiento que este problema genera en quienes lo padecen, rozaríamos ya el éxito.

Tras años de trabajo dedicados a los alumnos con dificultades, he llegado a un punto de confusión, incertidumbre y tal vez de cierta tensión en mis planteamientos pedagógicos. Tanta teoría, tanto cambio y modificación de estrategias para afrontar un problema realmente complejo, necesitan una verdadera puesta a punto del sistema educativo.

Los detractores del tema interfieren a menudo entre aquellos que intentan dar respuesta al problema y sacar a flote a quienes lo padecen. Urge una reforma eficaz de la ley de atención a las Necesidades Educativas Especiales que delimite con mayor concreción las pautas de actuación que tanto buscamos los maestros y que no deje demasiadas puertas abiertas a la libre interpretación.

Con frecuencia nos encontramos con discrepancias insalvables entre los servicios médicos y los profesionales de la educación que podrían limarse con una simple coordinación. Sería conveniente aunar y estabilizar los protocolos de actuación.

Mucho se ha hablado ya de este tema y no es mi intención reiterar lo que les sucede a los niños que lo padecen. Mi estrategia es más bien de rango emocional: «remover las conciencias de quienes siguen pensando que este trastorno forma parte de una moda».

¿Existe o no existe? Pregúntenlo a las familias que conviven con ello a diario. Un alumno diagnosticado de TDAH que inicia su escolaridad, se enfrenta a un duro reto «obligatorio» que no olvidará fácilmente. La trayectoria a recorrer desde los inicios de la escolaridad hasta lo que permita el pulsómetro personal de cada cual, no será para nada gratificante.

Aquellas familias que sientan especial devoción por acompañar a sus hijos a sobrellevar la carga del problema, acabarán exhaustos ante una escalada cuyo fin parece no llegar nunca.

La reivindicación del placer por aprender es difícil en alumnos cuyo reloj personal apenas deja tiempo para disfrutar de la condición de ser niños. Estos alumnos necesitan un poco de descompresión en un sistema educativo plagado de contenidos y oleadas de controles que con frecuencia les exigen un esfuerzo sobrehumano para sobrevivir a ellos. A menudo, celosos de nuestras competencias, los docentes seguimos mostrando una inquietante obsesión por la uniformidad. Estas palabras parecerán contundentes, pero la gran implicación de algunas familias suele tapar parte del problema que no se acaba de ver con la intensidad real.

Las Asociaciones de TDAH cumplen con eficacia una gran misión: hacer visible la importancia del problema. Desde fuera del ámbito educativo, van cambiando con esfuerzo y convicción lo que por derecho debiera corresponder a estos alumnos. Suelen hacer menos aritmética y más actuación. Gracias a todas ellas.

Y a todo el profesorado y equipos psicopedagógicos que ayudan día a día desde la comprensión, desde el esfuerzo, desde la creatividad y el tesón a levantar a estos alumnos decirles que es un placer tenerlos entre nosotros.