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40 años de una matanza

La víctima que se salvó en Atocha

El sindicalista Joaquín Navarro era el objetivo de los pistoleros que hace 40 años mataron a 5 personas en el despacho laboralista Se libró por unos minutos

La víctima que se salvó en Atocha

En su casa de la playa de Puçol, fácil de identificar por la bandera republicana que flamea en la terraza, Joaquín Navarro exhibe en el mismo plano y a la misma altura las fotografías familiares y aquellas en las que aparece acompañado por Carrillo, Juan Antonio Bardem o Marcelino Camacho. Y en su biblioteca „«tuve que dejar de estudiar muy pronto porque mi padre me necesitaba para trabajar, pero siempre he leído mucho», asegura„ se acumulan las obras completas de Lenin, Marx y demás doctrina comunista. Navarro es (lo sigue siendo, pese a que se jubiló hace ya muchos años) un sindicalista de los de antes, de los de no ceder ni los servicios mínimos, de los que tenían que enfrentarse a patronos que les apuntaban con pistolas.

Eso, lo de apuntarle con una pistola, es lo que dice que le hizo en su despacho Francisco Albaladejo, secretario provincial en Madrid del sindicato vertical del Transporte Privado. «Estábamos en huelga y me llamaba y yo subía hasta allí. Me enseñaba la pistola y mi compañero me decía: vámonos de aquí. Y yo le decía que no, que teníamos que aguantar».

En 1976, Navarro „que en 1962, viviendo en Francia, se había afiliado al PCE y a Comisiones Obreras (CC OO), y que había sido instruido en la RDA para infiltrar la lucha obrera en el sector del transporte„ era enlace sindical de Autocares Juliá. Desde esta empresa, y junto a ocho compañeros («la Comisión de los 9», cita con orgullo), inició a finales de aquel año una huelga que paralizó el transporte en Madrid durante una semana. A consecuencia de esta huelga Navarro fue despedido, pero siguió siendo representante sindical en el sector. «Por el despido me dieron 250.000 pesetas, y la mitad lo doné al partido. Para seguir recibiendo a los compañeros, me cedieron un cuartito en el despacho de abogados laborales de la calle Atocha. Lo llamaban el "chiringuito de Navarro"».

Por eso, el lunes 24 de enero de 1977, fue en aquel despacho de la calle Atocha, donde Navarro y sus compañeros se reunieron con los letrados que les habían asesorado para analizar el resultado de la huelga desconvocada el sábado anterior tras conseguir que la patronal firmara el convenio que reivindicaban los trabajadores. «Acabamos y se quedaron los abogados. Yo les dije "no tardéis mucho", y me fui a la cervería Brasilia. Por la escalera me crucé con Leal (Ángel Rodríguez, administrativo del despacho), que me dijo que subía a coger un Mundo Obrero. Cuando llegué al Brasilia allí estaba su cerveza sin acabar».

Navarro revive a diario aquella tarde, y asegura que aún llora cuando se acuerda de Leal, de los abogados Enrique Valdevira, Luis Javier Benavides y Francisco Sauquillo, y del estudiante Serafín Holgado, las víctimas mortales (hubo también cuatro heridos) de la matanza de Atocha perpretada por Albaladejo (detenido, juzgado y condenado como autor intelectual del atentado) y ejecutada por José Fernández Cerrá, Carlos García Juliá y Fernando Lerdo de Tejada. «¿Dónde está Navarro?», preguntaron los asesinos varias veces antes de empezar a disparar. Iban a buscarle a él para «darle un escarmiento» por su papel dirigente en la huelga del transporte.

«Yo estaba en el Brasilia y al rato vimos pasar las ambulancias dando chillidos „recuerda„. Primero no hicimos caso, pero nos dijeron que estaban en la puerta del despacho y salimos corriendo hacia allí. Cuando abrí la puerta pegué un frenazo... Aquello era un río de sangre. Como habían cortado los teléfonos, fui a una cabina a llamar al Partido y de allí fuimos al hospital. Salió un médico pidiendo a alguien que pudiera identificar a un cadáver. Me tocó a mí. Era el del estudiante que estaba haciendo las prácticas». Aquella misma noche, y sabiendo que él era el objetivo principal de los pistoleros de Atocha, Navarro inició una huida, acompañado por la abogada Cristina Almeida y el director de cine Juan Antonio Bardén, que le llevó a esconderse en varios pisos de compañeros del partido. «La mujer de uno de ellos me vio y empezó a llorar. "No, por favor, aquí no", decía». Después de tres meses escondiéndose en Madrid, el sindicalista pasó a Francia, pero volvió en 1980 para declarar en el juicio abierto a los pistoleros de Atocha. «Me preguntaron si conocía a los asesinos y dije: son ese, ese, ese y ese. Estaban en el despacho del sindicato todos los días». Después, y tras conocer a la que acabó siendo su mujer, Joaquín se instaló en Valencia, donde fue conductor de la EMT y representante sindical. Los asesinos de Atocha, los hombres que querían «darle un escarmiento» y acabaron matando a cinco personas, fueron encarcelados. «En esta vida me he ganado muchos enemigos, pero yo ya no les guardo rencor», asegura a sus 84 años.

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