La entrevista se desarrolla después de que Carles Recio haya declarado por el expediente informativo que la Diputación de Valencia ha abierto. La razón es la publicación (El Mundo) de que el escritor valencianista y colaborador de Levante-EMV, con plaza en el archivo de la corporación, lleva diez años cobrando sin ir a trabajar: más de 2.600 días fichando de buena mañana para dejar a continuación el lugar de trabajo y volver al finalizar la jornada para fichar de nuevo. Él lo niega.

Esa afirmación es tan falsa como absurda. Hay testigos, materiales y pruebas que la tumban por completo. No sé como alguien se puede creer esa falacia sin hacerse ninguna pregunta más. ¿Me han estado siguiendo 10 años?

¿Cuando empezó a trabajar en la Diputación de Valencia?

Entré en enero de 1996 como interino para encargarme de la sección de Publicaciones que Manuel Tarancón quería crear en el Área de Presidencia, bajo su control. Existía el Institut Alfons el Magnànim en Cultura y la nueva sección había de encargarse de los libros de los pueblos y de estudios divulgativos, mucho más populares. Seguí en este cometido con los siguientes presidentes una vez obtuve la plaza como funcionario en libre oposición y con un temario muy duro. Además siempre tuve otra función que todo el mundo conocía: documentar y elaborar los textos oficiales del presidente o de cualquier otro diputado que me lo solicitara.

¿Cuándo pasa al Archivo General?

A principios de 2006, cuando se establece allí la Unidad de Actuación Bibliográfica, que tenía que ser la continuación de la anterior sección de Publicaciones.

¿Por qué el cambio?

A mí se me argumentó a posteriori que el espacio en el Palau de la Batllia era muy reducido y que mi despacho lo reclamaba el grupo socialista para sus necesidades.

Se ha relacionado el traslado con algunas noticias sobre que usted regentaba un prostíbulo. ¿Fue así?

El proxenetismo es un delito y, en mi caso, nadie me ha denunciado, juzgado ni sentenciado, porque jamás lo practiqué. El caso lo expliqué en un artículo en Levante-EMV en 2013 que se tituló «Cuando son los hombres». Yo viví en aquel piso, pero ni era mío. Si me cesaron por aquello, que había sucedido el año anterior, nunca me lo dijeron a la cara.

¿Cual ha sido su proceder rutinario desde entonces? ¿Iba al archivo, fichaba, se iba y volvía al final de la jornada para fichar de nuevo?

El primer día que llegué al archivo la directora me dijo que no me quería para nada y hasta me prohibió el paso. Enfrente del archivo, en el edificio del antiguo manicomio, había unos despachos libres y me instalé allí buscándome yo una mesa. A mi lado estaban las oficinas del BOP, el Centre Verd y la clínica de psiquiatría infantil. Todo ese personal es testigo de que cumplía los horarios pese a la precariedad de las instalaciones, que culminaron cuando el edificio se declaró en ruinas y tuvimos que dispersarnos.

¿Dónde fue ubicado entonces?

En ese momento, ya bajo la presidencia de Alfonso Rus, entré en un impasse del que no supe salir, llegando a tener que pedir sucesivas bajas por depresión porque nadie me amparaba en mis peticiones. Pero mi trabajo nunca dejé de hacerlo. Se limitó a documentación y textos al servicio del presidente. Al final de la etapa Rus ya no escribía los discursos, pero documentaba los temas para los nuevos asesores.

La propia exdirectora del archivo advirtió al parecer por escrito en 2006 de que no tenía cabida para usted. ¿No hizo nada?

La directora me ninguneó desde el primer día. Se negaba a firmarme permisos y vacaciones sólo para fastidiarme. Fue un mobbing en toda regla que nunca denuncié oficialmente en un juzgado porque en presidencia me amenazaban con expedientarme a mí si protestaba. Allí lo único que les importaba era que les siguiera suministrando los textos literarios, ya que lo que más valoraban era mi capacidad para expresarme en un valenciano neutral, que no hiriera susceptibilidades en ninguna de las partes.

¿Pero le parecía ético no trabajar en su puesto y, según dice, hacer otras funciones?

Claro que no. Por eso lo denuncié en cartas sucesivas al presidente que son testimonios de aquella situación. Ni Giner ni Rus me contestaron nunca, ni accedieron a reunirse conmigo. Lo único que recibía era amenazas de su entorno profesional para que yo hiciera mi trabajo y me callara.

¿Y qué hacía en concreto durante la etapa de Alfonso Rus?

Las mismas funciones, aunque con menor volumen, porque entraron nuevos asesores que cubrieron muchos campos. Pero en el tema del valenciano siempre se me consultaba a mí.

¿La cúpula de la diputación conocía lo que ocurría?

Yo creo que sí, porque lo dije en varias cartas. ¿Qué más podía hacer, cuando además, de manera verbal, todo eran felicitaciones y pedirme un poco más de paciencia?

¿Hizo algo cuando cambió el gobierno en 2015 y entró Jorge Rodríguez?

Rodríguez entró el martes 14 de julio de 2015 y el 20 de julio ya tenía una instancia mía pidiéndole una entrevista para aclarar mi situación personal. Me contestó una secretaria indicándome que había delegado el tema en el diputado de Personal. José Ruiz me recibió el 24 de noviembre.

¿Cómo fue esa reunión?

Afable. Yo creí que por fin todo se normalizaba. Lo primero que me dijo es que conocía mi situación y que todo se iba a arreglar. Yo le dije que como mis funciones como colaborador literario del nuevo equipo habían acabado y que en el archivo siempre había sido cuestionado, era necesario un nuevo destino. Y para no ir con las manos vacías le presenté un proyecto de centro de arte para personas con discapacidad. Quedamos en que me volvería a llamar y no lo hizo.

¿Pero qué trabajo ha realizado desde julio de 2015 hasta ahora?

Me he ceñido a la preparación del Centro de Artes Diversas para Personas Diversas.

¿Ha escrito libros propios, artículos o cómics en horario laboral?

No, porque siempre escribo de noche, cuando hay un silencio general. De día estoy viviendo: trabajo, familia, distracciones. Por la noche me encierro en mi biblioteca, que quizás es una de las particulares más importantes de Valencia, porque todo lo que gano me lo gasto en libros.