José Sierra, Valencia

La sentencia del Tribunal Supremo que anulaba varios artículos del Plan Hidrológico del Júcar ha establecido, probablemente sin calibrar el alcance y repercusión de la medida, un criterio sobre la nacionalidad de los ríos. En su afán de repartir entre el Estado y las autonomías una responsabilidad competencial sobre los cauces, fija su custodia y regulación sobre la comunidad autónoma en la que nacen y desembocan. De modo que o se cambia el papel que históricamente han desempeñado las confederaciones hidrográficas sobre amplias cuencas más administrativas que geográficas o serán los gobiernos autonómicos quienes asuman en el futuro, cada uno a sus uñas, la responsabilidad sobre sus propios ríos.

Si al final se confirma este esquema, a los valencianos les quedará muy poca agua en la que gobernar y un solo río que merezca tal nombre: el Palancia. Ni siquiera el Vinalopó, dicen ahora, es valenciano. La política puede hacer que en lugar de nacer, como hasta ahora creíamos, en Bocairent, lo haga en el secarral salino de Caudete, en Albacete. Tiempo al tiempo.

Nace el Palancia cerca de la sierra del Toro, pero dentro de los límites provinciales de Castelló, y discurre a caballo entre esta provincia y Valencia hasta morir en un charco junto al puerto de Sagunt, no sin antes amagar varias veces y desaparecer a través del permeable suelo que atraviesa.

Aguas arriba de Bejís, donde nace el río, y en la propia población, haya centenares de fuentes que alimentan el Palancia y le dotan de un caudal estable. En este pueblo castellonense confían en las fuentes. Embotellan el agua en Los Clóticos y tienen el casco urbano y los caminos plagado de carteles donde aparecen, perfectamente señalizados, molinos, fábricas de luz, masías y manantiales.

En los Clóticos hay cola para cargar agua. Cuesta entenderlo, pero haya un vecino que tiene acaparada la fuente administrando, es un decir, casi un centenar de garrafas de plástico de cinco litros que llena y carga pacientemente en una furgoneta. Solo atribuyendo al agua poderes milagrosos cercanos a los del Viagra puede entenderse tan titánico esfuerzo.

De Bejís hacia el mar, el río amaga por primera vez y pierde parte de su caudal, anunciando una característica de este cauce, la de las filtraciones, que le perseguirá hasta su desembocadura en el mar. Tanto es así que ya en 1968 se tuvo que canalizar el río entre Teresa y Jérica para garantizar que el agua llegara a la primera y por ahora única presa de regulación en el Palancia: el embalse del Regajo, cuya construcción se inició en 1951 y finalizó en 1959.

Se trata de un pequeño embalse de apenas 6,6 hectómetros pero que ha soportado casi en solitario el regadío del Camp de Morvedre y el valle del Palancia. Ya en Sot de Ferrer, un azud deriva todas las aguas del río por la acequia Mayor de Sagunt, verdadero eje del valle que se abre en Petrés y que riega más de 5.000 hectáreas.

Aguas abajo está la polémica presa del Algar, que ha ocupado portadas de periódicos por un hecho insólito: el de construirse sin compuertas. Sin embargo, nadie recuerda ahora que la presa fue diseñada así, sin compuertas, bajo un gobierno socialista al que criticó el PP por ello. Ganó el PP las elecciones y el PSOE comenzó a recriminar al PP que no colocara las compuertas, mientras el ingeniero que diseñó la presa asistía atónito, al espectáculo. En el 2000, una avenida espectacular llenó la presa y la visión del agua escapando por sus ventanas abiertas fue demasiado. El Gobierno encargó las compuertas y el episodio vino a mostrar, en su modestia, que el debate del agua había dejado de estar en el terreno técnico y racional para pasar al político y pasional.

Sin embargo, la presa del Algar nació sin compuertas. El vaso es tan permeable que aunque el embalse se llene de nuevo, se vaciará en semanas sin necesidad de abrir el grifo. No es, aunque lo parezca, ningún invento y en el mundo existen varios ejemplos de este tipo de presas. Quien diseño el Algar está convencido de que incluso sin compuertas la presa puede recargar en el subsuelo 13 hectómetros cúbicos al año, el doble de lo que cabe en la presa, y acabar con «el déficit y los graves problemas de intrusión salina» que existen aguas abajo.

El abandono de la agricultura

El pozo San José, casi engullido por las barriadas del Puerto de Sagunt suministra el agua al huerto de Vicente Aparicio. No hay ya intrusión salina, dice, porque ya casi nadie riega a 30 euros la hora de motor. Hay muchos campos de naranjos abandonados y otros ocupados por apartamentos, sobre todo en Canet.

Para Vicente, la salinización de los pozos existió y fue un problema acuciante para aquellos que no tenían el lujo de disponer de agua de pantano, pero ahora no deja de ser una justificación «que solo sirve a los políticos para sus cosas». No mucho más confiados en sus gobernantes están los miembros de una colla que corta cañas en Algimia de Alfara y hace del almuerzo a la sombra de un naranjo ocasión para la tertulia en la que se habla del trasvase del Ebro, de los campos de golf y del dinero que se quedan los intermediarios. Sus campos se riegan con la Acequia Mayor de Sagunt, aunque por aquí son fanáticos del riego por goteo. Una balsa situada junto al viejo canal recoge las aguas que les adjudica el viejo sistema de reparto vigente en el valle del Palancia (17 horas y media de acequia, lleve el agua que lleve, dos veces al mes.

Ahora la reciben cada 8 días, aunque menos horas, para adaptarse al ritmo del goteo) y desde aquí se distribuye a presión por todo el municipio. Muy pocos agricultores se han quedado fuera de este sistema, que les permite olvidarse del abonado, que ejecuta la comunidad a través del goteo regulado por ordenador. En cada parcela hay, además, un contador.

Todos andas recelosos con el Ministerio de Medio Ambiente, que está deslindando el cauce del río Palancia. Pese a que no tienen problemas de agua, les gustaría que la presa del Algar tuviera compuertas porque creen que puede retener el agua y se acuerdan del papel que jugó el embalse en el 2000. «Si no fuera por la presa del Algar todos los del puerto de Sagunt estarían en Palma de Mallorca...». No se creen que ya estén colocando las compuertas de fantasía y culpan de lo ocurrido a «un ministro que se llevó el dinero». Al final resulta que el ministro no era tal, y que el culpable es en realidad, « ese que estaba en la Guardia Civil, un tal Roldán».