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¿Por qué mataron a jovino?

¿Por qué mataron a jovino? Levante-EMV

Hace algunos días el Ayuntamiento de Xàtiva rindió tributo a la memoria de Jovino Fernández Díaz, último alcalde de la República, en el período que va desde el 24 de enero de 1937 hasta el 20 marzo de 1939. Tras la entrada de las tropas de Franco, Jovino abandonó la alcaldía y recuperó su puesto de ferroviario hasta que se le suspendió de empleo y sueldo. Fue detenido, encerrado en la prisión de Xàtiva, trasladado a Valencia, y sometido en poco más de cuatro meses a más de cuarenta juicios, que decretaron su fusilamiento y posterior entierro del cadáver en una fosa común del cementerio de Paterna. Allí miembros del ayuntamiento, de su familia, y de las sociedades republicanas le homenajearon en día laborable, y sin apenas tiempo de organizar nada.

No se entiende tanta prisa, ni que se pidiera perdón por algo que fue la estrategia oficial de la Transición. La represión franquista está plagada de irregularidades, abusos, y cuando murió Franco, parte de la documentación falangista fue quemada por orden ministerial, para que con el paso de los años, nadie conociese el nombre y apellidos de los delatores que avivaron con sus calumnias y exageraciones la represión militar. Es en el presente democrático actual, necesario, reivindicar su memoria, recuperando su biografía, vida y hechos, para que en el mundo que nos toca vivir, las nuevas generaciones sepan lo que es la integridad de ideas y la fidelidad a un cargo, del que no tuvo más premio que un envejecimiento prematuro, y una ejecución sumaria cuando apenas contaba con poco más de cuarenta años. Con los pasajes para exiliarse a Cuba en el bolsillo, recibió a las tropas sublevadas, pensando que por salvaguardar el orden, frenar los atropellos de los incontrolados, dar de comer a refugiados u organizar colonias escolares, entre otras cosas, no lo iban a matar.

Así, era ejecutado un 28 julio de 1939, no sin antes escribir un diario de autodefensa, en donde se definía como un rojo al que el pelo se le había quedado completamente blanco, y no era para menos. Fue el alcalde que más difícil lo tuvo, con una ciudad muerta de miedo, no por el avance de los fascistas, sino por las arbitrariedades cometidas por las hordas de Rafael Martínez, máximo responsable de los excesos cometidos, y que según su propio testimonio, no pudiéndolos frenar, abandonó el poder el 20 de enero de 1937, para que Jovino, en nombre del marxismo, pusiera orden en una Xàtiva en manos de un socialismo libertario, que justificaba el asesinato como motor de cambio.

Su condición de forastero y de sindicalista de la UGT fueron agravantes para su ejecución. En Xàtiva no había rojos como aquellos, y se les hacía responsables de introducir el sarampión socialista, ateo y materialista, para soliviantar a las masas trabajadoras, que optaban antes por las filosofías extranjeras, que no por el cristianismo o el reformismo social de corte liberal, para luchar por sus derechos. No tuvo familiares en el otro bando que le defendieran, ni muchos a los que sacó del presidio testificaron a su favor. Las calumniosas delaciones de los vengativos quintacolumnistas fueron las que le llevaron al paredón, o si no qué sentido tiene ser detenido cinco días después de haber entregado el poder a la máxima autoridad militar, Lucas Mercadé, que con un desconocimiento absoluto de lo que había pasado en Xàtiva, se dejaba guiar por las acusaciones de particulares, que buscaban venganza, o posicionarse ante la nueva coyuntura política.

Jovino en nuestra opinión merece una calle. Frenó la represión ácrata, intentó acabar las obras del alcantarillado, organizó la asistencia a los refugiados, humanizó las colectivizaciones forzosas, evitó los excesos de las columnas anarquistas que visitaban la ciudad, dándoles cultura en forma de bibliotecas y teatros, para hacerles comprender que el enemigo faccioso no era todo aquel que tuviera un poco más de cultura y dinero. Protegió el patrimonio histórico, fortificó Xàtiva y creó un periódico, el Frente Popular, para informar a la población sobre la marcha de la guerra y mantener hasta el final la esperanza en la victoria. Gestionó las horribles consecuencias del bombardeo de la estación en febrero del 39. Cumplió con sus obligaciones, administró sin corruptelas, luchó por sus ideas socialistas, intentó frenar los excesos y recibió como premio una ejecución y el más absoluto olvido, que no fue casual, sino intencionado, para no crear mártires entre los rojos y evitar soliviantar de nuevo a los militares.

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