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la ciudad de las damas

por un salario justo

Esta semana se celebró el Día de la Igualdad Salarial o más bien dicho de la Desigualdad Salarial, porque en esta sociedad tan moderna, civilizada y democrática en que vivimos, se produce la curiosa e injustísima situación de que las mujeres perciben por trabajos iguales, salarios inferiores a los que se abona a los hombres. Dice la Encuesta Anual de Estructura Salarial (INE) que el salario medio anual de las mujeres valencianas debería incrementarse un 32% para equipararse al de sus compañeros. Que la diferencia entre ambos es de casi 6.000 euros, lo que equivale a que ellas perciben 409 euros mensuales menos. O dicho de otra manera, que trabajan gratis desde el 5 de septiembre. Así lo difunden los Sindicatos, en base a datos y estadísticas fuera de toda sospecha publicados por la Agencia Tributaria o el Instituto Nacional de Estadística que no son en absoluto organismos proclives a falsear la realidad en beneficio de las mujeres.

Con todo, más de uno y una no se imagina al jefe de personal recortando —cuando nadie le ve— el cheque de la trabajadora que echa las mismas horas que cualquiera y que trabaja igual de bien o de mal que cualquier otro trabajador varón de la empresa. Por eso, habría que aclarar que la brecha salarial, según la OCDE es la diferencia entre la ganancia de las mujeres y los hombres por concepto de su trabajo establecida como promedio y no como cifra absoluta aplicable a cada caso concreto. Es, por tanto, un cálculo global que analiza los ingresos de las mujeres, no de forma personal —cada caso, cada empresa— sino que realiza un análisis conjunto de los ingresos que éstas reciben. Se podría hacer dicho estudio de las personas zurdas o de los pelirrojos, cosa que no tendría ningún interés, pero sí que lo tiene cuando se estudia la realidad salarial de más de la mitad de la población que resulta que son las mujeres.

Definida la realidad, se trata de buscar las causas que son evidentes a estas alturas. Las mujeres cobran menos, porque trabajan menos horas, muy a su pesar. Trabajar unas cuantas horas a la semana no es un privilegio, sino un mal menor que sobre todo sufren las mujeres en un porcentaje disparatado. La mayoría de quienes lo aceptan es porque no encuentran mejor empleo y más vale poco que nada. Antaño el trabajo femenino se consideraba una especie de distracción de poca envergadura, útil para que ellas tuvieran algo en que distraerse y un poco de dinerillo para sus gastos, pero a día de hoy, las mujeres tienen mejores cosas en que entretenerse y aspiran a empleos de jornada completa y con buenos salarios. Algo como bien se sabe, bastante improbable de conseguir a día de hoy para ellas y para cualquiera. Las mujeres cobran menos porque cuidar a las criaturas o a las personas dependientes exige jornadas reducidas que minoran los salarios e impiden realizar esas horas extras que pueden alegrar la nómina, aunque no siempre, en este país que tanto ha perdido en sus condiciones laborales. Las mujeres cobran menos porque sus ocupaciones tradicionales suelen estar peor valoradas que las de los hombres, y ahí está el lenguaje que tan diferente caché asigna a las modistillas y a los modistos o a las cocineras del menú del día frente a los chefs de alta cocina. Las mujeres percibirán pensiones de miseria, fruto de sus birriosas cotizaciones y sus intermitentes carreras laborales. Es hora de pagar salarios justos a las mujeres, aún cuando los infinitos e imprescindibles trabajos que desarrollan no tienen precio.

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