Bien está que la Mancomunitat de Municipis de la Vall d'Albaida renueve su imagen corporativa al cumplir 30 años de andadura comarcal. Y lo hacía en una fecha emblemática para el pueblo valenciano, el 25 de abril, cuatro días después de aquella constitución inicial de hace tres décadas. Las oratorias de los presidentes de la Diputación, Jorge Rodríguez, y de la Mancomunitat, Vicent Gomar, desaprovecharon una ocasión tan especial, y se ciñeron al guión de declaraciones de buenas intenciones. En ningún momento tomaron el testigo de la ilusión que se palpó en aquel centro de cultura de la ontinyentina calle de Martínez Valls. En un acto presidido por el entonces conseller de Administración, Vicent Soler (el mismo titular de la actual conselleria de Hacienda), en el que fue elegido el alcalde de Aielo de Malferit, Joan Bravo, como primer presidente de la Mancomunitat. Y aunque inicialmente no estuvieron integrados los 34 municipios de la Vall, en los años siguientes, uno a uno, terminarían por integrarse en el nuevo organismo. Fueron los pasos de aprendizaje (las mancomunidades) de cara al futuro desarrollo de la Ley de Comarcalización. Si bien esta, con el paso del tiempo ha pasado a convertirse en un espejismo. Y si durante las dos décadas de poder hegemónico del PP valenciano se comprende desde su punto de mira provincial que no movieran ficha, ya resulta menos que este asunto siga olvidado por los actuales gobernantes del Consell.

Quiérase decir que si por una parte son plausibles los gestos de austeridad teledirigidos a celebrar sin fastos la efemérides de la Mancomunitat, ciñéndose a renovar su imagen, su presidente malgastó la ocasión de re-ilusionar a la comarca en dicho proyecto, tejiendo los mimbres necesarios, pero saliendo también de la rutina del mantenimiento de las actividades y servicios que la conforman casi desde su nacimiento. Dígase proyecto Trèvol, el inacabado Pla de Minimització, el premio de narrativa erótica o la Mostra de Titelles. Sin embargo, sigue sin despegar en el turismo senderista.

En cuestión de empleo la Diputación continúa aferrada a sus fueros, en detrimento de las mancomunidades. Gomar no puede invocar en la necesaria reinvención de la Mancomunitat a tot el món, al depositar sus expectativas de transformación, como despojándose de sus competencias, entre ellas las de abanderar un renacimiento de la Mancomunitat. Para ello no debería serle ajena la creación de la plaza de un gerente, como primer paso a nuevas acometidas de orden comarcal, pero también de control y rentabilización de los actuales servicios. Decir, como hizo Gomar, que cabía propiciar «una visión optimista del futuro», es quedarse en aquel texto de Raimon; «en frases solemnes no em cregut mai».

Tampoco J. Rodríguez logró despejar muchos interrogantes que hay abiertos, en calidad de presidente de la Diputación. Ya que si cuando se constituyó originariamente esta Mancomunitat él aún no había cumplido los 8 años, y por ende no bebió de aquel espíritu comarcal, desaprovechó tan calva ocasión para anunciar el adelgazamiento del obsoleto ente provincial, a favor de mancomunidades como la valldalbaidina. Lo que constituye una oportunidad perdida. Además, cuando ofreció el soporte de la Diputación a la Mancomunitat, encendió más dudas que certezas.