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La Ciudad de las Damas

Mujeres objeto

Uno de los mejores abonos para alimentar el machismo que la ciudadanía de Xàtiva y buena parte de sus representantes municipales condenan los días 25 de cada mes en la puerta del Ayuntamiento es la cosificación de las mujeres. Tal palabro define el procedimiento por el cual se convierte a las mujeres en objetos, a ser posible de bonita apariencia aunque no del todo inanimados porque un poco de ánimo marchoso siempre viene bien para el objetivo buscado: su explotación como fuente de negocio y beneficio, como no podía ser de otra manera en esta sociedad mercantilizada donde todo se compra y se vende. Y a esa finalidad, prioritaria y descarada, se subordina todo los demás: principios, valores, creencias€ En un mundo donde el dinero es la medida de casi todas las cosas, las mujeres son muy útiles para proporcionar, convenientemente cosificadas, pingües beneficios en innumerables negocios.

Así sucede, ya sea como usuarias de florecientes industrias derivadas de la más cruda tiranía estética, o como producto en venta mediante la utilización de su cuerpo por partes, según su uso y aprovechamiento: la vagina para el placer (en la prostitución) o el útero para parir (en las maternidades por encargo). Sin olvidar otros tipos de explotación que, por su carácter más habitual, parecen menores: entrada gratis de las chicas en las discotecas como reclamo sexual, publicidad sexista llena de piernas y escotes de imposible relación con el producto a promocionar...

También es cosificar esa tendencia, en apariencia inocente, de convertir a las mujeres en símbolos llamadas mises, reinas o festeras, con funciones de representación del resto de la especie femenina. Cualquiera sirve para personificarlas a todas, como si lo que tuvieran en común las mujeres no pasara de un diseño biológico básico, despreciando las cualidades y creencias , que son las que realmente nos asignan cualidad de seres humanos individuales. Deriva también en la existencia de profesiones tan curiosas como azafatas o paragüeras cuya función consiste básicamente en lucir palmito, reuniendo requisitos tan curiosos como calzar un 38, amén de ser extrovertidas y simpáticas. Condiciones absolutamente necesarias como todo el mundo sabe para llevar un paraguas, durante tres días, de 8 a 18 horas, por 100 euros. Una oferta laboral que indudablemente no se puede rechazar.

Con todo, hoy peligran algunas de estas mal llamadas tradiciones, cuyo mérito está por demostrar. Así, los australianos han sido los primeros en ofrecer a los ciclistas que participan en la Tour Down Under, un ramito de flores pero no una muñeca de plástico. También en la Vuelta Ciclista al País Vasco se han tomado medidas en igual sentido a las que se ha sumado el Ayuntamiento de Jerez, desatando una agria polémica, como siempre ocurre cuando se tocan estos temas y en los que no suele primar la sensatez sino el derecho de cualquiera a opinar desde las vísceras.

No vayamos de farol

En la Fira d´Agost de Xàtiva, en 2015 y 2016, se pudo ver con motivo de la muy masculina carrera de motos, un ramillete de jovencitas en la calle y en formación militar, uniformadas con pantaloncillo escaso y camiseta blanca, en algunos casos de talla inexplicablemente inferior a la necesaria, que posaban sonrientes con el motero ganador o sujetaban paraguas para que las motos no sufrieran con el calor. Es de esperar que esta tradición por lo menos, desaparezca este año. Como desapareció la de tirar patos del campanario o ir a lavar la ropa al lavadero. Más que nada por comprobar que esta ciudad no va de farol y no quiere perder en su apuesta por la igualdad.

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