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DUENDES

Siempre he escuchado decir que existen los duendes de las imprentas. Y son tan traicioneros que no te avisan de cuando van a actuar, de cuando van a jugarte la mala pasada y dejarte con cara de tonto cuando se te comen un párrafo; te cambian el orden de las palabras; te provocan con la falta de ortografía más impresionante que imaginaras en un titular „tras repasarlo más de 30 veces„ y te avisan de que volverán a presentarse cuando menos lo esperes. Así que mucho ojo.

El duende de las imprentas, aunque ahora habría que decir el duende de los Mac, de los Pc, de los corta y pega y de los programas más sofisticados, nos hizo una mala pasada en la anterior columna, comiéndose todo el final después del último punto y aparte, y claro, dejó la opinión coja y quebrada. Pero al fin y al cabo quedó como una opinión; como si mi forma de expresarme por escrito fuese tan extremadamente personal que yo, y sólo yo, entendería el mensaje de esas letras juntadas.

La preocupación dejó paso al sosiego cuando analicé los resultados de la visita del duende. Mi opinión era la de un periodista que vivía en su mundo y se permitía el lujo de aseverar ciertas actuaciones de la realidad diaria, aún con el riesgo de no tener razón (por aquello de que faltaba el final). Pero nada tenía que ver con las que escuchamos día sí y día también de quienes viven en otra galaxia; en otras situaciones tan tremendamente ficticias que despiertan el cabreo. Cuando escuchamos hablar de recuperación económica; de pensiones dignas que en la realidad son indignas; de rescate a la banca; de empleo juvenil; de sueldos a las mujeres que nunca se equiparan a los hombres; de separación de poderes que no existen; de presos que no son considerados políticos; y de aquello de que «es el vecino el que elige el alcalde y es el alcalde el que quiere que sean los vecinos el alcalde». O sea todo pura ciencia ficción. Como la recuperación del núcleo histórico de Xàtiva, donde seguramente existen dos mundos: el que fabrican quienes tienen el deber de protegerlo y quienes lo vemos como una agonía constante que crece día a día. Pero eso ya es otra historia.

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