Esta producción de La novia vendida para Opera North de Leeds traslada el argumento de mediados del siglo XIX a una campa preparada para la llegada del circo ambulante que celebrará el Día Nacional (9 de mayo) en una aldea rural de la Checoslovaquia comunista en 1972. Ni se quiere ni se puede mantener el tono buffo.

La escenografía y sobre todo el vestuario de Robert Innes Hopkins abundan en referencias políticas. Kecal, casamentero transformado en alcalde, y sus secuaces lucen las insignias que los identifican como miembros del Partido. Todos los figurines, incluidos los de un pueblo convertido en sociedad coral local uniformada con los colores de la enseña patria, y los movimientos y gestos determinados por el detallista Daniel Slater poseen aquella elocuencia que nos transmite de inmediato el carácter y hasta la biografía de cada personaje. Los jóvenes enamorados que se revelan contra la avaricia de sus parientes tanto como contra el sistema visten informalmente: vaqueros y cuero; a primera vista se reconoce en Micha al trepador mafioso, y en Kru?ina y Ludmila la tópica obtusidad campesina. El abrazo entre Ma?enka y Jeník en el punto más agrio de su discusión constituye la muestra más conspicua de la inteligencia con que se maneja el lenguaje visual en este montaje.

Como ya viene siendo tradicional en Les Arts, el reparto fue joven y competente. La soprano eslovena Sabina Cvilak se distinguió por su bello timbre y musicalidad, el tenor checo Ale? Briscein por su lirismo, el catalán Vicenç Esteve por la calidad técnica con que compuso al hermano tartamudo. Con el centro mejor colocado que el grave pero siempre poderoso, el bajo ruso Vladimir Matorin ajustó su Kecal al planteamiento global de la obra. Y todos los papeles secundarios estuvieron más que suficientemente servidos.

El coro de Francisco Perales se implicó a fondo en la historia, y no sólo vocalmente. La orquesta respondió con brillantez a la dirección de Tomá? Netopil, tan vigorosa como la de Las bodas de Fígaro de hace dos años y la del Così fan tutte de hace uno, pero esta vez plenamente idiomática.