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Veinte intelectuales catalanes reflexionan sobre nosaltres, els valencians, y las relaciones entre un lado y otro del Sénia, en el volumen Sud enllà, editado por la Universitat de València dentro de la colección País Valencià, segle XXI. La impresión resultante es de cierto cansancio y decepción por lo que pudo haber sido y no fue. Por un proyecto cultural común disuelto en el "café para todos" de la España de las autonomías.

Es la impresión también que le queda al coordinador del proyecto, el profesor y escritor Martí Domínguez, que puesto a encontrar un denominador común habla de "desafección hacia el País Valenciano". Y no es ya cuestión de utópicos proyectos políticos -desde la revisión postfusteriana, ya ni se mentan; mejor hablar de "Ramon Llull" (por la institución), como dice Xavier Grasset con ironía-, sino de cultura común, explica Domínguez a Levante-EMV.

El coordinador destaca que la novedad de una obra como Sud enllà ya dice bastante de la situación. El profesor asegura además haberse quedado "boquiabierto" porque "han bajado la persiana". El norte mira, aún más, al norte y lo demás queda como "una cuestión romántica". "Ojalá sirva para remover conciencias", aventura a modo de deseo.

Lo afirma claro en la introducción del volumen: "Poco a poco, esta percepción de pertenecer a una misma comunidad cultural va perdiendo vigencia".

Las culpas quedan repartidas a uno y otro lado. Los del norte, por pereza, fatiga y, por consecuencia, falta de implicación. Incluso por la "mala conciencia", limpiada en ocasiones a golpe de "dinero soterrado", como dice el profesor de Historia Agustí Colomines. Los del sur, por ofrecer una realidad complicada, en ocasiones hostil. Este calificativo se repite más de dos veces.

Las cosas no son ya como aquel 1984 que recuerda el editor Xavier Folch, cuando vino a presentar la editorial Empúries y el acto fue "boicoteado" por los gritos que le exigían que hablara valenciano o español. No, cierto, ya no es aquello, pero, según dice otro intelectual veterano, Josep Maria Castellet, en la entrevista que zanja el volumen: "Nos falta un nuevo interlocutor". El de antes, claro, era Joan Fuster, una figura tan imprescindible como incómoda y cuyo legado "peligra de manera especial en esta progresiva capitulación", apunta Domínguez.

Al margen de las personas, están las entidades políticas, que reciben con frialdad las propuestas catalanas, reflejan algunos de los autores. "La falta de instituciones con las que poder relacionarse coarta mucho las posibles relaciones", asevera Domínguez.

Están las "excepciones" de la Xarxa Lluís Vives, la Ramon Llull, el emporio Climent (Eliseu), pero "ni tan solo aquellas [entidades] creadas con un objetivo cultural hacen algún tipo de función unificadora", lamenta el coordinador. Se refiere al Consell Valencià de Cultura (CVC) y la Acadèmia Valenciana de la Llengua (AVL).

La AVL y el reino de taifas

De esta última subraya que ha sido un elemento más en la relación de transigencias desde la batalla de Valencia hasta aquí. "No ha servido para potenciar el idioma ni para favorecer una relación entre los territorios de la lengua común", se queja Domínguez, sino que su existencia ha asentado más esa especie de "reino de taifas en el que ninguno sabe qué hace el otro".

Tal vez sea un episodio sólo en una historia de siglos. Quizás no sea más que una fase del "neonacionalismo español", que en definición del catedrático de la Pompeu Fabra Josep Gifreu, "radica en haber hecho creer a la gran mayoría de ciudadanos de Cataluña que el País Valenciano no existe". Tal vez sea así o, como aventura el propio Gifreu, quien sabe si "el proceso de desnacionalización" valenciano "anticipa lo que con mucha probabilidad puede pasar -o ya está en marcha- en Cataluña".