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"Pintar no es hacer, es sacrificio,/ es quitar, desnudar; y trozo a trozo,/ el alma irá acudiendo sin trabajo". Estos versos de Ramón Gaya (un pintor que escribía) reflejan su concepción esencialista de la pintura, que salta a la vista en la exposición sobre el autor que ayer inauguró el Institut Valencià d'Art Modern (IVAM). Escritura y pintura se funden en la obra de Gaya y la exhibición llega acompañada de la edición de sus Obras Completas, que ha realizado Pretextos. El suplemento cultural de Levante-EMV, Posdata, incluye hoy asimismo un texto inédito del autor sobre Gutiérrez Solana.

La cosa va de homenajes. El IVAM celebra con esta muestra -realizada en colaboración con la Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales (SECC) y patrocinada por Fundación Cajamurcia- el centenario del nacimiento de Gaya (Murcia, 1910 - Valencia, 2005). Y la exhibición recoge a su vez 50 cuadros en los que el pintor homenajea a sus maestros: de Tiziano a Van Gogh, pasando por Velázquez, Rembrandt, Vermeer, Corot, Picasso, los orientales Mei Feng y Chu Ta y los músicos Mozart y Stravinsky. "Los trae al lienzo para conversar con ellos", resume el comisario del proyecto y "portavoz de los admiradores de Gaya", Pascual Masiá.

El pintor empezó a realizar homenajes pictóricos en 1945 casi por necesidad. En el exilio mexicano le prohíben entrar en Estados Unidos, de manera que no puede contemplar cuadros de los autores que admiraba en Europa más que a través de las reproducciones que había llevado consigo. Así empezó. Y continuó tras su regreso a España en 1960. Entonces pinta incluso en el mismo Museo del Prado. Un ejemplo es el óleo que dedica al retrato de Doña Mariana de Austria, de Velázquez, recogido en esta selección, que incluye obras de los últimos 30 años de vida de un artista "que rompió cuadros hasta el último día de su vida". Así de exigente era consigo mismo, subraya Masiá.

Unos homenajes son muy explícitos, como los que ofrenda a Las Meninas o la Venus de Velázquez. En otros rastrea el espíritu más que la forma: como el de Stravinsky, en el que persigue "la estridencia tonal" del músico a través de los colores, explica el comisario; o el dedicado a Chu Ta, el noble chino que se hizo monje y pasó 40 años callado completamente, sólo pintando. Esa forma oriental de entender la vida ("minimalista", dijo ayer la directora del IVAM, Consuelo Císcar) atrajo a Gaya, artista que cada vez tuvo más claro que "la pintura es despojar", destacó su viuda, Isabel Verdejo. Ese camino hacia la esencia se aprecia también en la evolución de estos homenajes.

Las obras proceden en su mayoría de colecciones particulares, además de otras del Museo Gaya de Murcia y del Municipal de Madrid. El pintor tuvo una especial relación con Valencia, donde instaló su estudio en 1974, ciudad que continuó visitando tras establecerse en Madrid y donde murió.