Lo cierto es que no queda nadie en ningún callejón y parece una ciudad desierta, que dice Alex Ubago en su canción, pero ni hace frío en esta habitación, ni está lloviendo afuera, que argumenta el cantante alavés. Hace un sol espléndido. Son las nueve de la tarde y la noche no llegará hasta dentro de una hora.

Se puede aparcar en el centro del casco urbano. El coche ha quedado a unos metros de la mesa de un bar ante la que me he sentado. Las otras mesas se hallan disponibles. No es precisamente el tabaco el que ha vaciado la hostelería., no., en este atardecer del viernes. La camarera atiende con rapidez. Me pido un Pepito de ternera cargadito de colesterol, que un día es un día, y la última analítica me ha salido, como siempre, sin ese lípido, pero no hay que confiarse. Y una cervecita, naturalmente. Pasa un amigo, se sienta y se toma otra cerveza. Hablamos de la climatología, de la guitarra como excelente instrumento musical —él es un maestro— y Lluís Miquel «a cau d´orella». Mi amigo ha quedado a cenar después del silencio y se va.

De pronto la población sale de nuevo de su silencio y expande la letra o en el espacio. Vuelve la tranquilidad. Me voy, no demasiado lejos. Sigue la luz diurna, aunque la noche está a punto de dominar la situación. Me cruzo con varias señoras con el sobrepeso de la sociedad del bienestar, mujeres sudorosas, embutidas en su chándal (del francés chandail, que quiere decir jersey de los vendedores de verdura, según el diccionario de la Real Academia).

En escaparates y balcones, banderas rojas y gualdas. No son tricolores. Un amigo dice que el fútbol es monárquico, porque el Levante Unión Deportiva ganó una copa republicana y no se la reconocen. Mi amigo debe tener razón. La cosa está muy chunga, sobre todo ahora que Baltasar Garzón, el envidiado juez, ha sido exiliado.

En la terraza de la heladería hay dos mesas ocupadas. En una, cuatro chicas y dos chicos treintañeros y risueños; en la otra, tres madres cuarentonas y aburridas, coyunturalmente separadas de sus maridos, mientras sus niños juegan a la pelota en la plaza. Otra o alargada vuelve a poblar el ambiente urbano. Prosigue la calma chicha de esta jornada estival. Me sirven una leche merengada y recuerdo aquella canción popular de mediados del pasado siglo que decía algo así como: «Tengo una vaca lechera, no es una vaca cualquiera, me da leche merengada, mata moscas con el rabo, tolón, tolón… tolón, tolón».

Llego a casa, cuando ya ha anochecido. Escucho la grata sonoridad de alguna traca y la explosión en las alturas de alguna carcasa. Pasa algún coche por la calle, insistiendo en el claxon, mientras sus ocupantes emiten gritos. La ciudad vuelve a ser alegre y confiada en su futuro balompédico. ¡Aleluya!

RAFA.PRATS@telefonica.net