Después de los dos encierros de buen nivel lidiados jueves y viernes, de la borrachera de arte del sábado y el populismo desaforado del domingo, llegó el turno para un mano a mano que en principio se planteaba como de pelea y garra.

Lo cierto es que se trataba de un mano mano un tanto morganático. Y es que, a priori, no existe ni ha existido una competencia real entre ambos toreros. Ni están enfadados ni picados entre sí, ni tienen ninguna disputa ni litigio ni cuentas pendientes por resolver. Ni sus estilos son antitéticos, ni nada de nada.

Tanto a Castella como a Perera no les hacía falta este enfrentamiento, pues se trata de dos coletudos de un especial temperamento y que siempre han competido consigo mismo.

A pesar de que se quiso vender como algo más, con la edición incluso de un cartel especial para el evento, el invento no terminó de cuajar. Ni en las taquillas, ni luego en la plaza. No se trataba de un derby, ni mucho menos.

Con todo, existía la esperanza en que la tarde diese más de sí. Sobre todo, porque se trataba del encuentro de dos gallos de pelea, dos toreros enrazados y ambiciosos, entre los que en cualquier momento podía saltar la chispa de la competencia. Pero no fue así. Entre otras cosas, porque para dirimir la lid entre ambos, se eligió un encierro que no resultó.

Había curiosidad por ver el rumbo que tomaba la quinta corrida de este monoencaste Domecq que preside los carteles del ciclo fallero. Pues bien, en esta ocasión, los toros volvieron a estar de nuevo en la línea artista y desfondada, noble y falta de casta de las de Juan Pedro y Nuñez del Cuvillo del fin de semana, y no en el son de la raza y la bravura que mostraron los lotes de Fuente Ymbro y Jandilla.

La corrida de Zalduendo, que tuvo más cara y defensas que cuajo, trapío y remate, se tapó más por su aparatosidad de cuernas que por su volumen y lustre. Su juego en el caballo no pasó de la discreción y, en general, tendieron a todos venirse abajo muy pronto en el tercio final.

Astados irrelevantes

Descarado de pitones el noble y apagado primero, que fue y vino sin ton ni son. Claudicante y a menos el segundo, quiso y metió la cara con fijeza y repitió sus embestidas el buen tercero, aunque perdió hasta cinco veces las manos durante la lidia.

Se aplomó pronto el claudicante cuarto, que se desplazó rebrincado mientras le duraron sus escasas fuerzas. El veleto y casi cornipaso quinto manseó en los dos primeros tercios, prodigando arrancadas como si estuviera reparado de la vista. Quiso meter la cara aunque duró un suspiro. Y el cabezón sexto se desentendió de la lidia a las primeras de cambio.

Castella, espada que deambula dentro y fuera de la plaza taciturno, independiente, reservado e introvertido, pisó terrenos de cercanías en el primero, intentando poner la emoción que nunca tuvo el toro. Destacó en un quite por chicuelinas al tercero, al que muleteó asentado y firme en la boca de riego tras comenzar el trasteo con los consabidos pases cambiados en la boca de riego. Plantado cerca de los pitones, estuvo por encima de las condiciones de su antagonista. Y trató de sujetar en los medios al quinto, que no le dio opciones.

Perera saludó con una larga y un farol de rodillas a su primero, al que muleteó en el platillo dejando siempre la muleta puesta, en medio de la indiferencia general.No tuvo opciones ante el cuarto, que se paró en seguida. Y quiso enderezar la tarde yéndose a la puerta de chiqueros a saludar al sexto, pero luego anduvo por ahí sin acabar de convencerse.